Kaufman se hizo famoso hace más de veinte años cuando un guion titulado Cómo ser John Malkovich1 pasó por las oficinas de Francis Ford Coppola. De ahí rebotó hasta las manos de Spike Jonze, que en ese momento era un famoso director de videoclips, yerno de Coppola y niño prodigio de una industria que le ofrecía todos sus frutos de tentación. Dicho de otra forma, Jonze estaba en el epicentro de la industria, en una situación privilegiada en la que podía dirigir poco más o menos lo que le diese en gana. Y escogió esto. Jonze quiso dirigir el enrevesado guion de un joven Kaufman que, por entonces, era poco menos que un desconocido que se ganaba las habichuelas intentando deslizar guiones para comedias de televisión (incluidos, por cierto, dos episodios de aquella telecomedia marciana “Búscate la vida”). 

A Jonze no le fue mal con la elección. Como ser John Malkovich fue la película “moderna” del año. Pero, además de la realización imaginativa de Jonze, que poco menos que se daba por hecha, la película llamó la atención por aquel argumento en el que la posmodernidad se estiraba hasta el manierismo. Kaufman se convirtió en una celebridad. Confirmó su prestigio con Adaptation y Olvídate de mi. Si el concepto del director estrella ha ido declinando con los años, con esta última Kaufman hizo el más difícil todavía y se convirtió en un guionista estrella. Uno de los tres o cuatro nombres de guionistas capaces de llevar público a las salas. 

A pesar de su popularidad, Kaufman mantuvo el rumbo (su rumbo). En sus guiones, siempre esporádicos, se seguían repitiendo los tropos y vectores de aquella Cómo ser John Malkovich (la identidad, la memoria, el tiempo) e incorporando otros nuevos que empieza a desarrollar de forma más explícita (la crisis del autor, la soledad…) Kaufman no se pasó a las grandes producciones, ni hay constancia de que haya hecho ningún intento de rodar una película de superhéroes. Incluso recurrió al crowfunding para financiar una película de stop motion basada en una obra de teatro suya. Sinecdoque Nueva York según él mismo, marcó su carrera profesional. Se trataba de una película irregular (con grandes momentos y extraños cuartos de hora) que fue un fracaso en taquilla. El guionista estrella había fracasado como director, así que Kaufman se refugió, entre otras cosas, en la redacción de esta primera novela, Mundo hormiga.  

B, el personaje principal, es una especie de caricatura de Ignatius Reilly. Un personaje profundamente desagradable empeñado en gustar a los demás mediante el dudoso método de detectar y cauterizar cualquier tipo de comportamiento socialmente reprochable. Se presenta a sí mismo como B para no hacer valer sus privilegios de sexo. Se relaciona con las mujeres bajo la premisa de no resultar ofensivo ni agresivo. Su trato con cualquier minoría étnica parte de una posición de condescendencia activa. Naturalmente todas estas atenciones y cautelas llevan a B a comportarse como un cretino. De hecho hay momentos en los que la insistencia de Kaufman en depararle a su personaje todo tipo de penurias resulta un tanto desagradable, sobre todo cuando cae e insiste en los extremos más ridículos, como la relación con una mujer asiática con la que mantiene una relación de dominación sexual no correspondida o el momento en el que vende su cama para dormir suspendido en una especie de amasijo de cuerdas. 

Brahms decía que lo importante no es tener muchas ideas, sino tener una buena y desarrollarla bien. Aquí es donde Mundo hormiga hace aguas con frecuencia. Kaufman no solo parece incapaz de renunciar a una sola de sus ideas, como si una vez que lo hubiesen liberado del corsé de la estructura de una película estuviese dispuesto a aprovechar todo lo que le pueda suministrar su, sin duda, fértil imaginación. El problema es que Kaufman no solo no parece ahorrarse ideas, sino que no se ahorra sus comentarios sobre esas ideas. Todos los chistes que puedan caer sobre las muy anchas espaldas de B acaban encontrando su página. Un buen ejemplo es la forma en la que B insiste en presentarse a sí mismo con un pronombre de género neutro para no resultar ofensivo. Un chiste que hace gracias una o dos veces, pero que se repite con tanta insistencia que acaba por ser desagradable. ¿O quizás es esta precisamente la estrategia de Kaufman? ¿Romper la cuarta pared definitiva, no de forma diegética, sino a través de la recepción del lector? ¿Podría ser que la estrategia de Kaufman de repetir determinadas bromas y cebarse en el personaje tenga el objetivo final de que ese desagrado traspase las páginas para alcanzar al narrador? La idea es retorcida, claro, pero es que Kaufman es un tipo retorcido2, igual que este Mundo hormiga es un libro retorcido3.  

Hace años había una revista de cine que incluía al pie de las reseñas un apartado para guiar a los lectores. “Te gustará sí…”. Puede que lo sigan haciendo. La idea era darle a los lectores una referencia acerca del tipo de películas que pudieran parecerse a la reseñada. Básicamente, una forma de hacer explícito lo que la mayor parte de críticas de cine hacen implícitamente durante las reseñas. Es bastante práctico y podemos utilizarlo aquí. Este mundo hormiga te gustará si te gusta Pynchon, si hechas de menos la literatura posmodernista más explícita o el Foster Wallace más burlón. Personalmente, hay páginas en las que me he reído abiertamente, y eso ya es raro. También hay páginas que me han obligado a dejar el libro descansar. Hay que reconocer que este primer embate literario de Kaufman es una experiencia lo bastante interesante como para que merezca la pena seguir jugando.


Mundo hormiga

  • Charlie Kaufman
  • Traductor: Ce Santiago
  • Editorial Barrett
  • 944 pp
  • ISBN: 9788418690075
  • 2021

1 La leyenda dice que cierto directivo de Hollywood preguntó soliviantado «¿Por qué no se puede titular “Cómo ser Tom Cruise”»

2 No en el mal sentido de la palabra 

3 No en el mal sentido de la palabra 

Licenciado en Humanidades. El que lleva todo esto a nivel de edición, etc. Le puedes echar las culpas de lo que quieras en miguel@enestadocritico.com. Es público y notorio que admite sobornos.
Miguel Carreira López
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