Verdades a la cara

Quizás usted se haya dado cuenta de que Pablo Iglesias no es un tipo particularmente querido en España. Al menos, no de forma universal. Es lo que ahora se llama una figura polarizadora, aunque es una expresión que va perdiendo sentido día a día (quizás cuando lea usted esto ya no quede ninguno) porque hoy todo parece haberse convertido en un agente de polarización. Pero incluso en ese terreno de juego embarrado, Iglesias ha demostrado talento para destacar.

No es demasiado difícil entender por qué Iglesias despierta tanta animadversión, aunque leyendo Verdades a la cara es posible suponer que al propio Iglesias le sorprenda. Al margen de sus ideas políticas -que por sí mismas, no nos vamos a enganar, harán que sea automáticamente rechazado por una parte del país- Iglesias tiene un talento casi mágico para hacerse enemigos. El hombre cae mal y, aunque eso a él le parezca sorprendente, puede que tenga que ver con su insistencia en retratar todo lo que queda a su izquierda como lumpen o como idealismo trasnochado (aunque, quizás por nostalgia de unos tiempos más radicales, la mirada a la izquierda suele ser más compasiva y un tanto condescendiente) y cualquier cosa que caiga a su derecha -o que a él le parezca ver a su derecha- automáticamente queda clasificado dentro del grupo de los traidores, de los cómplices o de los fachas. No hay espacio para más.

En el último año Iglesias ha estado centrado en el proyecto de su podcast La base. Puede usted escuchar cualquier programa y encontrará las razones por las que la personalidad de Iglesias es como gasolina para azuzar el odio hacia su persona. Un odio que, por otra parte, posiblemente sea inevitable, porque ya sabemos que las cosas están como están. En el programa Iglesias se ha rodeado de un estrecho círculo de correligionarios de fidelidad casi monástica que se dedican a darse la razón entre ellos con mucho entusiasmo. No creo que en ningún programa -no los he oído todos- haya habido, no ya una disensión, sino algún momento en el que los participantes fijos del programa hayan considerado relevante introducir algún matiz a la opinión de alguno de ellos a pesar de que, como buen programa del S XXI, todos opinan con mucha seguridad de temas de lo más diversos: política internacional, economía…

Un momento representativo de los cauces por los que transcurre el programa es el siguiente. Cada vez que, por alguna razón, alguien enumera nombres, a Iglesias le gusta apostillar la enumeración intercalando su propia enumeración de epítetos homéricos: “gran demócrata”, “periodista de raza”, “bastión de las instituciones”. Cosas así. La cosa no ha funcionado nunca, pero Iglesias no parece haberse enterado, nadie se lo ha dicho e insiste en repetir la jugada cada vez que tiene ocasión.

El hecho de que nadie le haya explicado a Iglesias que, independientemente de que pueda tener otras virtudes, gracia, lo que se dice gracia, no tiene demasiada es un buen indicativo de cuál es la dinámica del programa.

En sus momentos más apasionados a Iglesias le gusta asegurarse de que no haya huecos en la formación. Cuando quiere introducir alguna afirmación tajante le gusta añadir coletillas en sus monólogos del tipo “hay que ser muy idiota para no darse cuenta de que…”, “hay que ser muy hipócrita para opinar que…”, etc. El objetivo está claro y resulta difícil pensar que sea un elemento azaroso en un tipo como Iglesias, que es un observador muy atento de la comunicación política, incluida la suya propia. Se trata es establecer un “o conmigo o contra mi”. Para cuando alguien quiera introducir algún matiz ya habrá sido tratado de gilipollas.

Este gusto por la proscripción ha tenido una influencia nefasta en la polarización de la política española. Obviamente no se puede culpar de ello a Iglesias. Si asomamos la cabeza vemos que es una tendencia creciente en la política internacional, donde Iglesias no es una figura relevante. Sí lo es en España donde que ha sido una de las tres o cuatro figuras políticas clave de los últimos diez años, por lo que su forma de hacer política ha sido una de las que, para bien o para mal, han contribuido a darle forma a la política nacional. ¿Estaríamos todos más calmados si no hubiese habido un Iglesias? No lo sabemos. Sinceramente, creo que no, pero estaríamos crispados de una forma distinta.

Para bien o para mal, Iglesias es uno de los nombres que le ha dado forma a la España de hoy.

Así que, sí, es fácil entender e incluso compartir muchos de los reproches que se le puedan hacer a Iglesias. Pero, a pesar de los desacuerdos que se puedan tener con él, este Verdades a la cara, recopila algunos de los elementos más preocupantes de la actual política española.

Porque puede que a usted le caiga bien o mal Pablo Iglesias. Pero cuando en este libro se pregunta cómo es posible que se haya consentido un escrache de meses delante de la casa de un vicepresidente del gobierno, creo que es una pregunta relevante1. Cuando denuncia que un juez se haya dedicado a intentar llevar a juicio a un vicepresidente del gobierno de España por guardar la tarjeta de memoria del teléfono de una colaboradora creo que es una denuncia relevante. Cuando se queja de que un medio de comunicación se dedique a acosar a la niñera de sus hijos hasta hacerla dimitir de su puesto, creo que es una queja razonable.

Porque puede que a usted le caiga bien o mal Pablo Iglesias y también puede que usted esté más o menos cerca de las ideas de Podemos, pero, si queremos considerarnos demócratas, es muy preocupante recordar que cuando este partido se convirtió en una fuerza política real, se activaron una serie de mecanismos de respuesta que están muy lejos de ser legales o democráticos.

Verdades a la cara no ofrece grandes revelaciones. Casi todo lo que se cuenta en el libro es sabido y la perspectiva de Iglesias dista mucho de ser imparcial. Usted lee el libro y se va a encontrar a un Iglesias imbatible. El Iglesias del libro es algo así como el fruto de una noche de pasión entre Maquiavelo y Clausewitz, con Rosa Luxemburgo mirando por la ventana. Pero aunque no haya grandes novedades en el libro resulta inquietante recordarlas todas juntas, porque se trata de recordar que en España ha habido un partido político que ha sido acosado desde fuera de la política. Esto ha pasado e independientemente de en qué parte del espectro ideológico se encuentre cada uno es una verdad inquietante. En España un partido ha sido atacado por un poder con capacidad para instrumentalizar el poder judicial o el policial a la hora de condicionar el juego político. En España un poder ha utilizado los recursos del estado para atacar una opción política que no consideraba aceptable. Ha pasado. En España un poder ha operado al margen de la democracia y de la ley, y tiene la tenebrosa capacidad de pervertir el funcionamiento de las instituciones así como la potestad de manejar y de proteger a medios de comunicación que han actuado y actúan de forma abiertamente deshonesta. Porque en España hay medios de comunicación que mienten y a los que se permite mentir. Medios que se saben impunes y resguardados de toda repercusión legal cuando operan al margen de toda ética y responsabilidad. Hay jueces que han prevaricado para influir en política y recursos policiales que se han destinado a proteger los intereses de ese poder no tan misterioso. Todo esto ha pasado y lo preocupante es que nada de esto sea una revelación.


verdades a la cara

Verdades a la cara

  • Título: Verdades a la cara
  • Subtítulo: Recuerdos de los años salvajes
  • Autor: Pablo Iglesias
  • Edición de Aitor Riveiro
  • Editorial Navona
  • Colección: Serie Brio
  • ISBN:978-84-19179-15-9
  • 320 páginas

1 Conviene recordar que, cuando la misma estrategia se le aplicó a Soraya Saenz de Santamaría, la manifestación duró veinte minutos, antes de ser disuelta y fue condenada por el Partido Popular como un “acoso inaceptable” https://elpais.com/ccaa/2013/04/05/madrid/1365181459_167470.html

Licenciado en Humanidades. El que lleva todo esto a nivel de edición, etc. Le puedes echar las culpas de lo que quieras en miguel@enestadocritico.com. Es público y notorio que admite sobornos.
Miguel Carreira López
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