Cuando Nina Simone nació todavía no era Nina Simone. Vino al mundo y fue bautizada como Eunice Kathleen Waymon, nacida en Tryon, Carolina del Norte, una población diminuta sobre un territorio que años atrás habían ocupado los indios Cherokees. Los mismos que, junto con los Apaches, han sido las tribus indias que las películas de vaqueros han mostradas como las más indómitas, las más resistentes a la dominación y las más impermeables a la asimilación cultural. Al parecer una particularidad de los Cherokees es que no tenían un único líder, sino tres. Escogían un jefe para la paz, otro para la guerra y un sacerdote. Las tres almas que comparecían en el trémolo de Nina Simone, esa a la que luego llamaron la sacerdotisa del soul.
Cuando Nina Simone empezó a tocar el piano todavía no era Nina Simone. Era una pianista clásica que estudiaba en la famosa Juilliard School y que aspiraba a convertirse en la primera concertista de piano negra de los Estados Unidos. Su historia es la de tantos de los grandes músicos negros del S XX. Un hogar pobre y el primer contacto con la música en la iglesia, probando las teclas de un piano desvencijado. Su madre era pastora metodista y Simone empezó a tantear allí su talento musical.
Un día dos mujeres blancas pasan por la iglesia y la escuchan tocar. Una de ellas es profesora de piano y convence a los padres de que el evidente talento de la niña puede ser una forma de vida y de que, con la formación adecuada, podría convertirse en pianista. Así que Kathleen empieza a ir a clases de piano con aquella mujer. Todos los día cruzaba las vías del tren, que en Tryon separaban el barrio de los negros y el barrio de los blancos, para ir a su clase. Cada día maestra y alumna fraguaban un plan que se hacía más y más real a medida que Kathleen progresaba. El destino se iba haciendo más claro a medida que la niña progresaba: se convertiría en pianista profesional.
Pero hay fronteras que no son tan fáciles de salvar como las vías de un tren. Kathleen llegó a Juillard, la famosísima escuela de artes. Allí, entre los estudiantes más dotados, consiguió destacar y pidió una beca en el Instituto Curtis de Filadelfia para continuar con su formación. Se la denegaron. Durante toda su vida Kathleen estuvo segura de que aquella beca le correspondía y se le negó por ser una mujer negra. El Instituto Curtis, por su parte, siempre ha sostenido que se debió al extraordinario nivel de los aspirantes que concurrían. En el 2003, pocos días antes de su muerte, el mismo instituto Curtis le daría un título honorífico.
Sin beca para sostener su sueño Kathleen tiene que ganarse la vida y empieza a tocar en locales de Nueva York. Allí no toca música clásica, claro, sino la música que pide la audiencia. Toca blues, jazz y canciones populares. Como toca la “música del diablo” necesita un nuevo nombre. Kathlee escoge “Nina”, por el mote que le daba un antiguo novio, que intentaba sin mucho éxito decir “niña” en español. El “Simone” lo saca de la actriz francesa Simone Signoret. Nina Simone ya tiene nombre, pero todavía persigue los sueños de Kathleen. Sigue estudiando los clásicos y toma clases privadas de piano que se paga tocando aquí y allí.
En Atlantic City le dicen que ganaría más dinero si, además de tocar el piano, también cantase. Kathleen necesita el dinero, así que Nina canta. No le interesa demasiado y, sigue ensayando a Bach y a Beethoven, pero sus actuaciones llaman la atención del público y de los scouts de las discográficas. Graba una pieza de Gershwin como un favor para un amigo y la canción se convierte en un éxito (de hecho su mayor éxito en EEUU). Le ofrecen grabar un disco. De nuevo, la grabación no le interesa demasiado y además le decepciona el trabajo de la discográfica, pero es otra forma de ganar dinero. Little Girl Blue sale a la venta con un puñado de canciones compuestas por otros, pero Nina ya está ahí. Graba Mood Indigo, de su admirado Duke Ellington y un par de canciones de Donaldson. Una de ellas My baby just cares for me se convertiría bastantes años después en un éxito que le hubiese reportado millones de dólares. Pero Nina vende los derechos del disco por un par de miles. En ese momento solo quiere el dinero para que Kathleen pueda seguir tocando.
Little Girl Blue incluye también una composición de la propia Nina, Central Park Blues. Por alguna razón la pieza no está en la versión remasterizada que se sacó del álbum en 2003, pero se puede encontrar en Youtube. Merece la pena escucharla porque, aunque apenas pasa de los veinte años, Nina ya está ahí. Un fantasma recorre el disco. Central Park Blues es una pieza bonita, pero nada rompedor. Tampoco lo pretende. Tiene las hechuras de un blues clásico, pero el talento de Nina ya tensa las costuras hasta el límite. Se aprecia la influencia de Ellington y Basie. Kathleen todavía estudia cada día para ser concertista clásica. Quizás Nina no haya ido al estudio a “crear” nada, pero parece inevitable. Basta escuchar los primeros treinta segundos para identificar su estilo, tan característico.
Little Girl Blue se vende bien. Nina empieza a ser más y más conocida y Kathleen va desapareciendo. Un día, tocando en un club de Nueva York, conoce a un detective de la policía llamado Andrew Stroud. Stroud, para definirlo rápido, es un notable hijo de perra. Un cabrón. Se convierte en su marido y su agente y se dedica a explotarla y maltratarla. Straud es una bestia. Simone vive años de palizas, violaciones y abusos, mientras en la esfera pública se va convirtiendo en una cara visible del movimiento por los derechos civiles. En las calles Simone es una activista, pero de puertas adentro tiene una relación enfermiza de dependencia con Straud.
Se empieza a ganar reputación de diva. Stroud la arrastra de concierto en concierto, de grabación en grabación. Quiere explotar la gallina de los huevos de oro. La música del diablo es lo que vende discos y genera conciertos. Kathleen, la concertista clásica, desaparece poco a poco o, al menos, va menguando. Straud exprime el éxito de Nina al máximo y esta se convierte cada vez más en la Nina Simone que conocemos. Su voz empieza a curtirse con sus pliegues característicos.
La pianista de concierto queda atrás, pero no se desvanece del todo. Nina hace mucho que ha dejado de tocar en tabernas, pero sigue siendo una concertista y exige que se la trate como tal, que se la respete como tal en sus conciertos. Nina exige el mismo respeto que se les da a los concertistas clásicos. Su imagen pública cada vez es más la de una estrella; es altiva, prepotente, orgullosa. Si a alguien se le ocurre hablar en un concierto de Simone se arriesga a que deje de tocar y llevarse una buena bronca. ¿Acaso la gente cuchichea mientras tocan a Bach? Nina se reivindica como artista.
Su postura en asuntos raciales se hace más agresiva. A Luther King le espeta que ella no es pacifista y que el fin justifica los medios. Está más cerca de Malcolm X. ¿La violencia es un arma política? Simone convive con la violencia, no le asusta. En el 64 cambia de discográfica, se va a Philips Records -que es holandesa- y aprovecha para sacar Mississipi Goddam, en respuesta al ataque racista a una iglesia baptista de Alabama el año anterior. La canción es un escándalo. Muchas emisoras se niegan a emitirla. Algunas devuelven los discos a la discográfica hechos pedazos. Es un punto de inflexión. La industria pasa de considerarla incómoda a peligrosa y, sobre todo, poco rentable. Los discos rotos no se venden.
En el 70 Simone se quita el anillo de casada (literalmente) y se va a Barbados. Stroud considera el gesto como una ruptura oficial de su relación personal y profesional, así que, como todo pillo que se precie, coge el dinero y corre. Simone deja de pagar sus impuestos, supuestamente como protesta por la guerra de Vietnam. El gobierno, poco comprensivo con según qué fórmulas retóricas, embarga los bienes de Simone. La vida de Simone entra en velocidad de crucero. Vuelve a Barbados y mantiene un romance con el primer ministro. Miriam Makeba, amiga de Simone desde hace años, la convence para mudarse a Liberia.
En 1974 publica Is It finished, ahora con RCA. El disco es puro eclecticismo, la marca de la casa. Se anudan su formación clásica, la tradición afroamericana y la música espiritual con una nueva veta de ritmos, más africanos. Es difícil recomendar un disco de Simone sin miedo a ser injusto. Sin ir más lejos, cuatro años después publicaría Baltimore, que es, con razón, uno de sus discos más reconocidos. Pero en este It is finished encontramos varias de las esencias de Simone en un estado muy puro. Para empezar, ese eclecticismo inclasificable que convierte a Simone en un género en sí misma.
Pero en el disco, bellísimo, también se aprecia que algo está definitivamente roto. Simone tiene apenas 40 años, pero el disco ya está empapado de esa melancolía, tan propia, tan característica, que va a inundar todo lo que toque de aquí en adelante. El quiebre, por desgracia, no es solo un asunto musical. Su hija va a vivir con ella a Liberia y, según su propio testimonio, Simone la maltrata física y psicológicamente hasta el punto de que decide volver a Estados Unidos y vivir con Stroud. Te tienen que hacer la vida muy difícil para que consideres que vivir con Stroud es una opción vital aceptable.
Hay un documental en Netflix, What happened, Miss Simone (Garbus, 2015) en el que se trata la relación de Simone con su hija y, en general, las dificultades -es un decir- del carácter de Simone. Un asunto que se ha convertido casi en un tópico. Sabemos que a Simone se le diagnosticó bipolaridad y quizás podemos intuir de qué tipo y profundidad pueden ser las heridas que deja la convivencia con un animal como Stroud. Se ha hablado tanto de esto que no merece la pena insistir en ello. Si hemos llegado hasta aquí es para situar a Nina en este punto, en el año 1976. Simone vive saltando de país en país, de concierto en concierto. Se ha arruinado y ha vuelto a resurgir porque es una figura muy admirada fuera de Estados Unidos. En Montreux, Suiza, el festival de Jazz lleva años abriéndose a otros estilos. Por allí pasarían desde Van Morrison a Camarón. Se dice aquello de que la historia de la filosofía occidental podrían ser una serie de notas al pie en las obras de Platón y Aristóteles. La historia de la música popular occidental del S XX podría resumirse en la colección de discos grabados en el festival de Montraux. Quedarían huecos, claro, pero no tantos. En el 76 Simone toco y grabó allí ocho canciones. Nina Simone Live at Montreaux 1976, una obra que una y otra vez desborda a quien la escucha. Un disco desnudo, sencillo, emotivo y eficaz. Pura vida.
La actuación se abre con una canción, Little Girl Blue. La primera canción de su primer disco, como si Simone intuyese la trascendencia que tendría la grabación y quisiese empezar con un guiño a Kathleen. Little Girl Blue, de hecho, empieza con una cantinela infantil, casi un ejercicio de aprendizaje.
Las ocho canciones del disco son joyas. Algunas, como I wish I knew (How it would to be free) son clásicos del repertorio de Simone. El disco lo cierra My baby just cares for me, que seguramente está entre sus canciones más populares. Pero, por alguna razón, es la interpretación de Stars en este disco la que ha ascendido y ha adquirido una especie de aura mítica.
Lo cierto es que Stars lo tiene todo para condensar el mundo de Simone. Se trata de una canción original de Janis Ian pero que, como tantas otras, como siempre que toca, Simone arrastra hasta su propio planeta. El video incluye la introducción, es decir, la conversación de Simone con el público. Con el tiempo Simone le había ido cogiendo el gusto a estas charlas con el público, que no siempre acababan bien para todos: sirva como ejemplo la mítica bronca a una espectadora que no encuentra su asiento. Luego empieza a tocar y todo se detiene. ¿Cuántos como Simone han tenido esa capacidad de atracción? ¿Cuántos conseguían convertirse en un centro de gravedad tan poderoso como para arrastrar a su mundo todo lo que haya a su alrededor? A los pocos segundos de empezar a tocar la canción ya es suya. La mano izquierda de Kathleen, la virtuosa del piano va levantando una bruma de sonido. Ahí están Bach y Chopin y también Ellington. Mientras, la derecha va martilleando una melodía seca, cantarina, casi inocente; pura Nina, pura Kathleen. Una melodía que sube, baja y está a punto de desaparecer para emerger después con una fuerza que da escalofríos. Es un incendio que lo arrasa todo. La canción original de Ian ha quedado atrás. Ya solo queda Simone, ejecutando a la perfección un deporte en el que no tiene rival porque solo le pertenece a ella. Sin exagerar: escuchar Stars es una experiencia que todo el mundo debería tener una vez en la vida.
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