Para quienes quedamos deslumbrados con el talento que Jean-Baptiste Del Amo demostraba en Una educación libertina, una primera novela absolutamente brillante, La sal, su segunda novela, es un libro esperado. Era improbable que su prosa de desmesurada fisicidad siguiera centrada en un contexto histórico, pero, ¿alcanzaría el mismo tono descarnado en una historia actual? Ha resultado que sí.
La historia de La sal intenta transcurrir en un día. Una familia (madre viuda, tres hijos y sus parejas, cuatro nietos), traumatizada por el recuerdo del padre tirano fallecido recientemente, se va a reunir para cenar una noche de verano. Tanto la madre (Louise) como los tres hijos (Fanny, Albin, Jonas), según su desarrolla su día camino de esa cena, recuerdan escenas de su infancia, la vida cuando el padre estaba presente, y las relaciones entre ellos. La familia vive en Sète, una villa marítima cercana a Montpellier, en la que el padre trabajó toda su vida. El título hace referencia a la sal marina como elemento sensorial del omnipresente mar que dominó su vida.
La sal comienza con una cita de Virginia Woolf y un diseño de personaje central, estructura y método que recuerdan a La señora Dalloway. Los secretos de familia son el eje de la novela: la callada y reprimida Louise aún alimenta los escasos recuerdos buenos de la vida en común con su marido Armand, pero siempre prefirió al pequeño Jonas, cuya sensibilidad era rechazada por su padre, un hombre militantemente viril que emigró de Italia al final de la II Guerra Mundial. Armand prefiere a Albin, que perpetúa el incontestado modelo masculino de su padre también con su propia mujer e hijos, y que rechaza la homosexualidad de Jonas. Fanny, contrariada siempre por no gozar del favor principal de ninguno de sus padres, vive amargada por la pérdida de una hija, hecho que la mantiene paralizada también ante su hijo y su marido, con los que vive una existencia sin alicientes. El secreto principal es sin duda la sexualidad, la aceptación de sus formas, dominios y deseos, y su papel en la jerarquía y construcción de la familia.
Las virtudes de la prosa de Jean-Baptiste Del Amo siguen intactas: su capacidad para describir lo sensitivo, la aparición de imágenes de gran poder que aprovechan el entorno físico que envuelve en luz, sal y agua asfixiantes a los personajes, la penetración piscológica que acompaña lo físico y lo sensual, dan lugar a momentos de gran lirismo, aunque sea un lirismo de lo sórdido que anima en la intimidad de los personajes, y que puede deshacerse en sentimientos o en secreciones, tan fascinantes como repulsivas. Arriesga también el autor en la estructura: la novela está dividida en tres partes que apelan a un ritual (Nona, Décima, Morta), y la primera está especialmente conseguida. Cada personaje tiene para sí pequeños capítulos dobles, uno actual y uno pasado, que van dibujando la madeja de hechos que hacen la familia de Louise y Armand un pozo de sentimientos enfrentados. Los episodios se hilan uniendo literariamente las edades e intereses de cada personaje, supurando poco a poco un sentimiento profundo de desazón y soledad, y rizando las historias familiares en un rico juego de puntos de vista que consigue, en apenas cien páginas, definir con profundidad a nada menos que cuatro personajes principales en una apasionante estructura cerrada y sin fisuras.
El peligro, no obstante, es la rigidez del modelo, o ser víctima del propio drama agigantado. La necesidad de resolución de la tragedia planteada y lo envolvente de la prosa (traducida con abundantes galicismos) llevan a leer con frenesí, y la novela no tiene puntos de fuga: si Jonas vive su vida en París será para convivir con un enfermo de SIDA (una historia secundaria en exceso determinista), o si recordamos la infancia de Armand, ésta será en la guerra y bajo un padre del que aprendió todas las violencias. La felicidad puntual de los personajes es un viento fugaz, una ilusión de los sentidos, y el drama es por ello el terreno sin salida de La sal, como si esta familia proyectara sobre sus miembros una sombra ominosa de la que el autor no consigue librarse ni con una mínima concesión al humor o, al menos, a la ironía. Jean-Baptiste Del Amo procede de la misma zona de Francia, también es nieto de emigrantes, esperemos al menos que la novela no sea autobiográfica; y que, aunque su obra parezca ya tener temáticas (el poder del sexo, la paternidad ausente o errada, la potencia de elementos físicos como el agua), que descubra terrenos nuevos, aunque deba reconocerse que sus dos hipnóticas novelas hasta el día de hoy revelan no sólo ambición sino también maestría
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