Hay que trabajar o tomar posesión de una casa en alguna parte, cultivar una pequeña cosecha y comerla pronto. Hay que vivir dentro de uno mismo y depender de sí mismo siempre alerta y listo para comenzar de nuevo […].
Desobediencia civil, Henry David Thoreau
A través de las lecturas de Henry David Thoreau, uno advierte dos movimientos imprescindibles para comprender el devenir de la cultura estadounidense; el primero es la necesidad de separarse definitivamente del Viejo Mundo (Emerson ya había comenzado este divorcio cultural), y el segundo es el solipsismo thoreauiano, la exploración de las raíces que ofrece la naturaleza del yo.
Sin lugar a dudas, mirarse a sí mismo en plena naturaleza (algo que tiene mucho de romanticismo y de narcisismo) es la piedra angular de la literatura estadounidense, y no extraña encontrarnos multitud de textos que definen esa personalidad del pionero y de su afán de lucha contra los elementos de la gran naturaleza norteamericana.
Ya hablé en otro artículo publicado en Factor Crítico sobre ese reencuentro adánico del hombre con el Paraíso Perdido que suponía el Nuevo Mundo. Estaba todo por hacer, y esa Tierra de Promisión habría de ser un acontecimiento inverso al de la Torre de Babel: se unirían allí distintas lenguas y culturas para crear una nueva nación que se erigiría como faro del mundo occidental.
Pero, esta vez, los habitantes de este ecléctico país estarían preparados para futuras contingencias, ya vinieran del exterior o del interior, ya fueran peligros foráneos o vecinos.
De ahí la comunión con la naturaleza, la necesidad de valerse por sí mismos al margen de un sistema o un estado, al margen de los otros. Pero no es la imposición de un nuevo modelo social, ni mucho menos, sino la posibilidad de elegir, la necesidad de saber que, si las estructuras sociales, económicas y políticas se desintegran, hay alternativas y que hay que tener los conocimientos básicos para saberse manejar en un medio llámese «salvaje» (por lo que tiene de vuelta a los orígenes).
Familia survivalista de los años 50
En este contexto tendrían sentido la aparición de los «preparacionistas» o los «survivalistas» (que no harían otra cosa sino seguir las directrices de Noé), incluso la existencia de la NRA (National Rifle Association). La pervivencia (y la sintonía) de ambos grupos vendría dada, pues, por la tradición de ese pionero en continuo estado de alerta y la herencia dejada tras la Guerra Fría. De ahí la importancia de títulos como Manual de supervivencia, de John Boswell (libro fundamental de los marines y también muy empleado entre los montañeros) o, por qué no, El libro de cocina del anarquista, de William Powell, o la Guía de supervivencia zombi, de Max Brooks.
Las lecturas irán en función de los intereses de cada uno, pero, si se revuelve un poco, se verá que las opciones son numerosas.
El libro que nos trae hoy aquí es hijo de lo arriba señalado, con excepciones importantes: no es una guía para agüeros apocalípticos. Ni tampoco para devotos de Thoreau ni de Christopher Johnson McCandless (ya nos mostró Krakauer lo equivocado que estaba este joven y los peligros que entraña la poca experiencia en las lides de la supervivencia).
Vida de zarigüeyas no pretende ser manual ni guía de nada. Sencillamente expone un modo de vivir que, sin romper por completo con el sistema y la sociedad que lo rodea, prescinde de lo superfluo para quedarse con lo fundamental, con lo imprescindible.
Y es un libro pertinente (a pesar de que se escribió en 1976) porque habla de cosas que están más a la orden del día que nunca, ya sea por la crisis económica, la crisis de valores, o por la deforestación, o la sobreexplotación de los recursos naturales o… Da igual por qué, pero es pertinente, y el subtítulo que lo acompaña es revelador y hace que cualquiera que esté viviendo la realidad cruda de nuestros días abra los ojos de par en par y no lo olvide: Cómo vivir bien sin empleo y (casi) sin dinero.
Es lo que hicieron Dolly Freed y su padre durante cinco años, cuando éste se divorció de su mujer y se negó a seguir buscando empleo y continuar con el modo de vida que había llevado hasta entonces. El precepto a seguir era sencillo: había que aprender a vivir con lo estrictamente necesario y a hacer las cosas uno mismo y con tus propias manos.
Se viene considerando DIY («Do It Yourself» o «Hágalo usted mismo») como un movimiento contracultural porque está ligado en cierto modo a una oposición a la sociedad de consumo y al totalitarismo que ejerce cualquier Estado que interfiera en la libertad individual.
Sin embargo, se trataría más de un movimiento reaccionario, por cuanto iría contra esa gregarización y analfabetización que viene inculcando la «cultura» de masas, que priva al individuo del conocimiento de algo y lo hace dependiente de otros, encadenándolo a una cadena de montaje, transformando el saber en una pirámide de la que no se puede salir.
El llamado DIY es liberador no por lo que tiene de «contracultural», sino por lo que tiene de «cultural» al ofrecer otro camino al margen de la industria moderna (que en la realización del producto decapita lo individual frente a lo colectivo) buscando retornar al punto en el que el progreso tecnológico se impuso como leitmotiv de la libertad (sirva como conclusión un regreso a la manufactura y a la artesanía).
En este orden de cosas, nos recordaría a la alemana Heidemarie Schwermer, de la que últimamente se viene hablando gracias a su libro y a la película sobre el mismo, Living Without Money, aunque su sistema económico es más bien el del trueque.
Dolly Freed
Vida de zarigüeyas es un texto híbrido que recorre el ensayo, las memorias, los consejos y el recetario de cocina, como si nos las estuviéramos tratando con un Codex Romanoff (aquellas notas de cocina de Da Vinci) de la austeridad. De este modo nos cuenta paso a paso esos años de zarigüeyas, desglosándonos el coste de la vida, los ingresos y los gastos anuales, cómo debe construirse la vivienda en donde ejecutar el plan de vida (que no de supervivencia): el huerto, la cría de animales, la caza, la calefacción, la electricidad, la salud…
Una lectura amena y llena de sorpresas, y sí, muy pertinente.
A veces papá salta con lo de que nuestra vida es más o menos como la de las zarigüeyas. La zarigüeya es capaz de vivir prácticamente en cualquier sitio, incluso en las grandes ciudades. Es el animal más estúpido que existe, pero el caso es que ha habido zarigüeyas en la Tierra desde millones de años antes de la aparición del hombre y ahí siguen, más fuertes que nunca. ¿Quién se atreverá a decir qué especie va a sobrevivir a la otra en nuestro viejo planeta azul? Son animales regordetes, pizpiretas y amantes de la vida (o eso me gusta creer), y desde luego no habría manera de convencerles para que trabajen en una fábrica o en una oficina. «Vida de zarigüeyas» es como llamamos a nuestro actual modo de subsistencia.
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