¿Por qué están perdidos los gatos? ¿Por qué desaparecieron? En el cine de Chris Marker las incógnitas se esclarecen en un recorrido laberíntico en el que cada recodo narrativo es una sorprendente asociación, otra tesela de un puzzle que revela e interroga y juega. No busques en su narración los nombres porque los vuelve del revés, los transfigura para dotar la representación de la realidad de una condición a la vez más escurridiza y a la vez más precisa. Quizás una paradoja, pero entre lo que aparece y lo que desaparece, la mirada intenta dotar de presencia a los umbrales. Son otros los mapas de este viajero explorador de las tramas de la realidad, y sus intersticios. La clave está en la sonrisa de los gatos. En las calles de París aparecen singulares pintadas de gatos sonrientes. Sobre un plano de París se superpone, como un fantasma, la figura de las Torres gemelas que habían desaparecido unos meses antes. Entre ambas singularidades Marker explora, interroga, con la mirada que ha cruzado ya muchos espejos. La sonrisa nos da una pista, el gato de Cheshire, una sonrisa que permanecía aunque el cuerpo desapareciera. Los caminos son inciertos, pero posibles. Hay que afinar la mirada, preguntarse por la raíz de los hechos, lo que hay antes de los nombres. También hay que recordar al gato autobús de Mi vecino Totoro (1988), de Hayao Miyazaki. En ese autobús nos montamos cuando nos desplazamos en la narración de la portentosa Gatos encaramados (Chats perches, 2004), de Chris Marker. Su narración es como el recorrido de otro metro subterráneo que hará que miremos la superficie de otro modo.
Nos sorprenderá el hilo que sigue a esos gatos que aparecieron para luego desaparecer. La mirada de Marker es la de quien representa la realidad del mismo modo que nos presenta a Bolero, un gato que suele estar en el metro, con su humano. Hay otro orden de factores. No es una mirada que instituye, sino que explora y pone en cuestión el centro de las miradas, de las representaciones. Hay otras perspectivas, otros posibles centros de mirada. Los recodos del camino nos llevan por las elecciones estatales francesas, por la declaración de guerra de Estados Unidos a Irak, por las manifestaciones del día del trabajador, que nos introduce en surcos del tiempo que comunican con los finales de los sesenta, con las manifestaciones que se oponían a una forma de gobernar, y estructurar la realidad, que consideraban opresora; es la perseverancia del cuestionamiento, de las interrogaciones que no aceptan los discursos que instituyen, tergiversan y aplastan, las voces que aún se mantienen despiertas, mientras se advierten un incremento de quienes apoyan los idearios discriminatorios y represores. Voces disidentes, voces que se manifiestan, voces que cantan, que recuerdan que los emigrantes, los sin papeles, tienen los mismos derechos, que se han erigido torres que aplastan, que establecen jerarquías, categorías, desproporciones en la distribución de riqueza o en los derechos.
En el otro lado del espejo de la mirada de Marker, son once millonarios tras una pelota los jugadores de la selección francesa. Sus efigies en los carteles publicitarios recuerdan a la estética estalinista. Los gatos desaparecen, incluso su sonrisa desaparece, porque la libertad se recorta, se aplasta. La sonrisa de los gatos indica que en el mundo no hay cerraduras para las mentes ni para las libertades. Es la sonrisa que plantea que puede haber un camino aunque sea incierto, aunque no se vea, como la de esa manifestante sobre la que se suspende la narración, como si fuera el hilo de Ariadna, cuando su mirada se cruza con la de la cámara. Hay que hacer aparecer ese camino. La narrativa de Marker hace aparecer la mirada que abre otros ángulos, una narración que no sabe de cerraduras, fluye como una sucesión de umbrales, como un juego de llaves que abre y comunica y asocia y vincula y transfigura y revela. El cine de Marker es la sonrisa del gato de Cheshire. No hay que seguir al conejo. Hay que seguir esa sonrisa que plantea interrogantes y enfoca a través de la distorsión de la poesía que es documento, ficción y prosa, porque no sabe de límites, sino de umbrales, donde la sonrisa se estira como el infinito en el perfil de un gato cuando duerme. Al fin y al cabo, el gato es el animal que más sueña.
por Alexander Zárate
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