Aparte del anzuelo, los hombres y las sardinas no encuentran muchos instrumentos que les permitan comunicarse
Javier Tomeo
Hay libros que son carne de novedad, y esto no quiere decir nada a favor o en contra de esos libros. Hay libros que son necesarios en un momento dado, que cumplen una función y que están condenados a desaparecer, pero que, durante el tiempo que tienen de vida, habrán cumplido su labor. El periodismo es el género por excelencia al respecto. Nos gusta imaginar que eso no sucede en literatura. Que la literatura apunta a la eternidad. Nos gusta imaginar que el túetano de la literatura es una esencia incorruptible, que los libros buenos van a un lugar inmortal y que si alguna vez llegan a alcanzarlo, quedarán allí para siempre. Nos gusta pensar en la permanencia, aunque sean en formas imperfectas, espureas o perversas. Todas estas formas, en realidad, no existen. Bolaño lo dejó escrito. El escritor se enfrenta a la literatura, pero no puede vencerla. La literatura, por su parte, se enfrenta a un enemigo superior, un enemigo inmenso e implacable que, al final, lo sabemos, resultará victorioso. El que quiera enfrentar esta batalla con la idea de vencera sólo se encontrará con una derrota previsible y total. El que la enfrente con la conciencia de la derrota tal vez, al menos, sabrá plantear una batalla distinta, tal vez entenderá que lo más parecido a una victoria es la dignidad de la batalla, la honestidad y la resignación sin sumisión a la derrota perfecta.
Volver a la antología de cuentos de Javier Tomeo es un buen momento para recordar que hay libros destinados a durar un poco más entre nosotros. Libros que quedarán para dar testimonio de una forma de entender la vida y la literatura. Cuanto menos arquetípica sea esa forma más valiosa será, al menos en la medida en la que el mundo de la literatura se compone, no de normalidad, sino de extrañeza. Esto no siempre ha sido así. Hubo un tiempo en el que la literatura, como todas las artes, se entendían a partir de la existencia de una regla, de un modelo de perfección que el artista jugaba a emular. Hoy —hace tiempo, en realidad— la perfección no es algo que se consigue, sino algo que se inventa. Es un juego peligroso. En él hay demasiado espacio para la trampa, para la superchería y para la traición (sí, también para la traición). Nos ha tocado un tiempo difícil para las artes, desacreditadas en lo ético y mancilladas por el mercado. Hemos perdido el contacto con los universales y también la capacidad para añorarlos. En su lugar construimos la verdad a partir de la búsqueda, de la verdad.
No tiene mucho sentido hablar de Tomeo, a estas alturas, en términos valorativos. Javier Tomeo se forjó una carrera lo suficientemente personal como para poder decir de él que es una línea independiente dentro de las letras hispanas. Es una parte de la historia de la literatura en español. El tiempo dirá si es una parte representativa o no, si deja un rastro fecundo o no y si esa fecundidad se traduce en lectores, en escritores o en académicos. En cualquier caso, estos Cuentos completos son, ya para los restos, una marca que quienes vengan detrás habrán de tocar para seguir este camino. Al final esto se puede decir más fácilmente. Estos Cuentos completos dibujan una parte de la historia de nuestra literatura.
Quizás la distancia entre Javier Tomeo y la ortodoxia se haya relajado con el tiempo. Los primeros libros de Tomeo remiten a una época en la que el realismo social era el paradigma, un tanto dictatorial, de la literatura en España. Su primera novela El cazador es de 1967, el mismo año en el que, por ejemplo, aparece Cien años de soledad. Aquí no se trata de atribuir invenciones. Antes de García Márquez, antes de Tomeo, antes de Rulfo y antes de Cunqueiro ya existía una vena de la literatura a cierta distancia del realismo, pero no cabe duda de que el clima en la literatura española ofrecía entonces menos posibilidades para un escritor empeñado en abrazar el absurdo como movimiento necesario. El 67 es también el año en el que se muere Azorín y le dan el premio Nobel a Miguel Ángel Asturias. Dependiendo de cómo se vean las cosas esto puede no significar nada o puede ser un cuadro clínico de manual
Los cuentos de Tomeo no son siempre para todo el mundo. Esos finales abiertos «interactivos» que dice él, algunas veces dan una impresión de que llegan al término de una forma rudimentaria. Otros se antojan mochos. Para bien o para mal, este es Javier Tomeo. Sus defectos o sus virtudes no creo que puedan disociarse de esa forma de escribir voraz, que a veces puede ser incluso repetitiva. Son las consecuencias de ser un escritor que tiene una visión clara de lo que le gusta escribir, y que produce, en consecuencia, una obra que a sus lectores les gusta leer, pero que, al mismo tiempo, lo ha mantenido relativamente alejado de buena parte del público a pesar de su indiscutible importancia dentro de la última literatura española. Estos Cuentos completos son una parte de esa literatura que no sabemos cuánto durará, pero que, mientras exista, estará hecha en parte de este manojo de sueños raros.
Cuentos completos
- Título: Cuentos completos
- Autor: Javier Tomeo
- Editorial: Páginas de Espuma
- Edición: Daniel Gascón
- Colección: Voces/Literatura • 177
- Año de publicación: 2012
- Páginas: 872
- Dimensiones: 25 x 16,5 cm
- ISBN: 978-84-8393-165-3
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