Noches de bocaccio

Marsé se ha divertido con esto, no me cabe duda. Libro corto, cortísimo, de argumento —será mejor decir ambiente— no ya fácil, sino inequívoco: los escritores, los para escritores y el mundo de la noche. Las barras de bar, el mendigar un puesto en la gloria, un nombre en una portada de Anagrama, una columnita en El País, un hueco en el algún suplemento cultural. Herralde, Barral, Lara, Tusquets.

La picaresca —¿única y verdadera tradición española?— y la vida licenciosa constituyen el juego, uno de ellos, en el que todo aspirante a escritor ha de saber desenvolverse. Noches de Bocaccio no es el retrato de la dichosa gauche divine, es el cuaderno de campo de un zoólogo de la cultura. Buscando la protección que parece otorgar la sátira, Marsé va y cuenta la verdad. A veces el mejor disfraz para el realismo se encuentra en la figura del histrión (iba a usar otra vez lo de La carta robada de Poe, pero me arrepiento a medias). Supuestamente nos encontramos ante una ficción brevísima por la que desfila una caterva de nombres reales correspondientes a la vida cultural de aquella España en transición: hedonista, irresponsable y medio alucinada. (Estaban otros, claro, pero esos no salen aquí.) Con el parapeto que permite la ironía y la calculada ambigüedad de escribir literatura sobre escritores (y casi diría que destinada a escritores), Marsé compone un cuento con una estructura de lo más clásico. Algo que, por cierto, sigue funcionando. Como Manuscrito hallado en una botella, como las deliciosas historias de Conrad o Stevenson este es un relato que nos llega mediado: un diario en un sobre, los apuntes de alguien que supuestamente no es Marsé. Unas notas que nos cuentan el ascenso meteórico de un desconocido joven entre la camarilla cultural barcelonesa.

Pero, como decíamos, el libro no nos revela nada nuevo. No es el retrato de una época ya pasada cuyos mecanismos no permanezcan vigentes. Intuimos, sospechamos, nos olemos que lo de «la cultura» sigue funcionando así. Rumores y compadreo, canapés, presentaciones y el fino arte del sablazo. ¿Qué es lo próximo?, ¿quién romperá el mercado?, ¿con quién demonios se estará acostando ésta?, ¿de qué toca hablar ahora para parecer que se está en el ajo? A propósito de esto último, no termino de entender las referencias que se hacen al estructuralismo, me da que dicha corriente crítica no se comprendió muy bien (algo que quizá afecte al propio autor).

En esta obrita Marsé tiene algo de David Lodge (ya saben, el ingenioso escritor británico que tan bien dibuja las bajas pasiones que mueven las teclas de la vida universitaria en El mundo es un pañuelo). Noches de Bocaccio es la carta de navegación que un experimentado marino nos brinda para que sepamos a qué atenernos en las turbias corrientes del mundo editorial. Porque Marsé —laureado con el Planeta, el Nacional de Narrativa y el Cervantes— de embrollos, maquinaciones y bajonazos debe de saber bastante. Y la verdad es que en estas páginas nos lo presenta con ritmo y casi diría que con bastante gracia.

Sobre todo tiene alguna que otra frase, algún que otro diagnóstico, atinadísimos. Uno de mis favoritos tiene que ver con la escena nudista en una lancha fueraborda. Marsé domina el adjetivo y posee una buena dosis de agudeza. Pero no sé si este registro es el suyo. Hay ocasiones en las que la narración desaparece para ceder su sitio a la mera enumeración, a un yuxtaponer y apretar nombres y optalidones. Como cuando decimos de una película que debió quedarse en cortometraje. El problema es que este libro ya es bastante corto. A lo mejor es que la cosa no da para más. Cuatro minutos veintisiete segundos dura «Todos menos tú», aquella canción de Sabina que también inventariaba la fauna canalla y noctívaga. (Les hablo de cuando Sabina era Sabina y no la marca blanca de sí mismo.)

escritores que no escriben,
vividores que no viven,
jet de pacotilla,
directores que no ruedan,
más chorizos que en Revilla
con corbatas de seda,
muera la locura, viva el trapicheo,
tontopollas sin cura,
estrategas del magreo.
petardeo de terraza, pasarela, escaparate,
Archy, Joy, Stella, ¿cómo vais de chocolate?

Pero Marsé no es Sabina ni tampoco Umbral (ni falta que hace, dirá él) y por momentos le encuentro un poco forzado en este género chafardero.  No obstante, son sólo momentos: que nadie se confunda, Noches de Bocaccio se lee de un tirón y tras el libro se adivina el talento del narrador. Y es más serio —para bien— de lo que el propio autor (que, ahora que lo pienso, también comparte cierto grado de malicia con Vicent) se atreve a reconocer. Juan Marsé: un pillo, un superviviente, un escritor

por David Sánchez Usanos

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