En los últimos quince años las series de televisión ―algunas series de televisión procedentes de los Estados Unidos― han adquirido un prestigio parecido al que en el pasado tuvo el cine de autor, ello significa que se han convertido en tema de conversación inevitable en determinados círculos y que han generado una literatura crítica al respecto que por momentos llega a ser estomagante. No sé, pienso que antes también había ficción de calidad en televisión pero que tal vez no le dábamos tanta importancia, no todo estaba tan interpretado. Ahora resulta casi obligatorio recurrir a alguna serie para explicar cualquier concepto, ningún recurso metafórico parece completamente logrado si no incluye la referencia a algún personaje, capítulo o situación de la trama de moda. La explosión de internet con la proliferación de foros, blogs, entendidos y entendidillos, presuntos expertos pero también críticos solventes ha magnificado el impacto del fenómeno. A ello también ha contribuido el oportunismo de determinados editores que creen haber descubierto un pequeño filón con esta suerte de merchandising.
Hombres fuera de serie se aparta del formato más habitual en nuestro país que consiste en obras colectivas sobre el penúltimo fenómeno televisivo del momento en las que varios analistas aportan su punto de vista sobre una única serie. Aquí, el periodista Brett Martin trata de ofrecer una visión de conjunto sin ceñirse a una única producción. Tenemos, por tanto, una sola voz ocupándose de todo el fenómeno. Lo cual, en principio, parece mucho más interesante. Ser exhaustivo es imposible, de modo que, inevitablemente, el autor acaba subrayando con más intensidad unos títulos que otros. Así, en este libro se habla sobre todo de lo que apunta en su subtítulo: mucho Los Soprano y de The Wire, un poco de Mad Men y un poco de Breaking Bad. Y se hace fundamentalmente desde el punto de vista del guionista. O, más bien, desde el punto de vista de la sala de guionistas. Porque lo que uno aprende con este libro es algo que ya sospechaba: a pesar de su renombrado culto al individuo, los americanos trabajan mejor en equipo. Hombres fuera de serie debería servir para acabar con la mitología del auteur (sea guionista o director), de ese tipo genialoide que controla hasta el último detalle de su obra durante todo el proceso. No parece haber sitio para los Balenciaga o los Kubrick en esta región de la ficción contemporánea. Sigue habiendo líneas claras de poder, jefes y subordinados, tíos excéntricos y manipuladores, decisiones arbitrarias, pero ahora las «obras», más que nunca, se construyen entre varios.
No obstante, el libro está estructurado a partir de los avatares biográficos de algunos de los más celebrados «responsables creativos» de estas series. Para ello Brett Martin sigue un orden cronológico: empieza hablando de David Chase (Los Soprano) y termina haciéndolo de Mathew Weiner (Mad Men) y Vince Gilligan (Breaking Bad). Como cabía esperar, las trayectorias de muchos de ellos se entrecruzan. Conforme avanzan las páginas vamos asistiendo a los numerosos reveses y carambolas que experimenta cada una de estas producciones hasta que ve la luz. Esta es también la historia de tipos inadaptados a los que les encanta la psicología y escribir historias, gente que en otro tiempo se habría dedicado a la literatura (muchos de ellos pasaron por cursos y talleres de escritura), al teatro o al cine, pero a la que en el cambio de siglo, y tal vez de manera insospechada, la televisión les dio esa oportunidad que otras formas de arte les negaban. Introdúzcase en una coctelera a Tennessee Williams, la novela negra norteamericana, el dichoso «realismo sucio» y la televisión por cable et voilà.
A pesar de lo que se anuncia en la portada de la edición española, la analogía con el excepcional Moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind (Anagrama) me parece un tanto equívoca. Este libro es bueno, pero no es tan absorbente como aquel otro, no te traslada directamente a esa atmósfera no sé si onírica o lisérgica en la que veinteañeros como Scorsese, Spielberg o George Lucas pusieron patas arriba el negocio con la inestimable ayuda de gente fuera de control como Dennis Hopper, actores cuya carrera iba a la deriva (¡en 1969!) como Jack Nicholson o gurús inclasificables como los hermanos Schrader. Dicho esto, a partir de los que nos cuenta Brett Martin resulta imposible no quedar fascinado por tipos como David Milch o Ed Burns.
En todo caso, la clave a la que apunta Hombres fuera de serie para explicar ese salto de calidad es la misma que aparece en el libro de Biskind: el riesgo, en la industria del entretenimiento la calidad aparece sobre todo cuando se asumen riesgos. Una concatenación de circunstancias (cadenas desahuciadas que no tienen nada que perder, modelos de negocio que sorprendentemente dejan de depender de los índices de audiencia y de los anunciantes…) bastante bien explicada en el libro que nos ocupa permiten que el talento aflore. Los ejecutivos de las cadenas en cierta medida permiten que estos guionistas y directores cuenten las historias que les apetece contar y como les apetece contarlas: más intrincadas, con más ambigüedad moral, con más perspectiva, más inteligentes, más reales. Axioma número uno: la calidad es hija del talento y de la decisión de acometer riesgos; axioma número dos: la gente no es tonta (o, al menos, no tan tonta como creen los anunciantes). Lo que este libro nos muestra es por qué en estos últimos años la televisión se ha convertido en el lugar para contar las cosas de ese modo.
«[A propósito de Breaking Bad] “Una de las primeras cosas que haces cuando tienes una idea como ésta es preguntarte: ¿es una serie de televisión o una película?”, dijo Gilligan. Veinte años atrás habría sido indiscutible que era una película. Sin embargo, en 2005, decidió enseguida que su única esperanza era la televisión por cable»
La televisión por cable ofrecía nuevas posibilidades y no tenía un rumbo claro, pero también el propio formato de las series permitía un mayor riesgo: los personajes o las líneas argumentales se podían corregir con el paso de los episodios. No obstante, nada de esto habría sido así si el público, a su manera, no hubiese aceptado el producto. La respuesta fue muy positiva, si bien, como aventurábamos antes, vino más en forma de influencia que de espectadores directos (aunque con el auge del mercado de DVD, el streaming, el pirateo… el número real es mucho más difícil de calcular).
Una de las virtudes de este libro es la de conectar estas series de la llamada «tercera época dorada» con precedentes como Canción triste de Hill Street o Doctor en Alaska. Y es que, en ocasiones, parece que las series anteriores a Los Soprano fuesen productos superficiales, simplones y maniqueos. Estoy absolutamente de acuerdo en considerar a The Wire como literatura mayor, pero hubo vida inteligente antes de la increíble pareja David Simon-Ed Burns. Por ejemplo, me daría cierta pena que Urgencias (ER) pasase a la historia como una mera plataforma de lanzamiento para George Clooney cuando fue mucho más que eso.
Hombres fuera de serie está escrito con agilidad, selecciona muy bien las anécdotas relevantes y es riguroso y honesto con sus citas y fuentes. Considero que pone el foco donde merece la pena ponerlo (quizá haya demasiado protagonismo para Los Soprano, pero esto es un mero juicio de gusto), si bien echo en falta al menos dos menciones. Una es True detective, cuyo estreno es posterior a la edición americana de este libro, pero que creo aporta diferencias relevantes respecto al género que explícitamente aborda Brett Martin (la mitad de episodios de lo habitual, la promesa del director, Nic Pizzolatto, de no repetir elenco de una temporada a otra…). La otra es The Big Bang Theory, que en principio escapa a esa definición de «serie de prestigio que merece análisis y comentario», pues es una comedia de situación (podría pasar por la heredera de Friends en el siglo XXI). Si series dramáticas como las anteriores han «revolucionado» la televisión, ¿por qué sigue triunfando ese tipo de artefacto? Tradicionalmente se suele considerar más «elevado» el drama que la comedia y, por tanto, más digno de análisis. Pero creo que se necesita mucha inteligencia para construir los diálogos de The Big Bang Theory (como también para escribir un capítulo de Los Simpson o de la mordaz Roseanne, dicho sea de paso) y que quizá estos productos tan aparentemente convencionales proporcionan también una buena dosis de diagnóstico y crítica social. O, dicho de otro modo, las sagas dramáticas no tienen el monopolio de lo interesante.
Este libro no se pierde en reflexiones supuestamente profundas, pero las que hay son pertinentes y, como digo, por el camino va proporcionando una bibliografía utilísima. Está claro que algo está pasando en la televisión con respecto al cine, y quizá las palabras de Steven Soderbergh que se citan casi al final de estas páginas constituyan el mejor diagnóstico:
«La audiencia cinematográfica estadounidense ya no parece demasiado interesada en ninguna clase de ambigüedad o auténtica complejidad en lo que hace referencia a los personajes o a la narración. Creo que esas cualidades se encuentran ahora en la televisión, y que la gente que quiere ver historias con esas características se dedica ahora a ver televisión»
Esto tiene mucho sentido, pero a lo mejor tampoco hay que ponerse así. Sin escarbar mucho en mi memoria me viene a la cabeza una película como Los idus de marzo que, con gran economía narrativa, se ajusta a la perfección a aquello que Soderbergh echa de menos en el cine. Y, ahora que caigo, hablando de poder y de ambigüedad moral, creo que Castillo de naipes (House of cards) tampoco aparece en este libro. Supongo que será debido a fechas de estreno. A lo que iba: pongo en duda el carácter «revolucionario» con el que a menudo se suele hablar a propósito de las series de televisión. De modo análogo a cómo tras aquellas celebradas películas de los setenta (alguna de ellas aguanta muy mal el paso del tiempo, por cierto) la industria siguió facturando toneladas de obras insustanciales, también hay mucha tontuna con el sello HBO. El talento y la calidad son intermitentes en la industria del entretenimiento, hay épocas, hay ciclos. Lo que sí parece haber quedado demostrado es que las series ofrecen unas posibilidades narrativas que desafían algunas teorías sobre la percepción y la atención contemporáneas (resulta que nos vuelven a interesar las tramas largas y complejas), que permiten la construcción de historias relevantes artística y culturalmente sin dejar de ser eficaces desde el punto de vista comercial.
Hombres fuera de serie es un documento más próximo al periodismo ―y esto no es una crítica negativa― que muestra al no iniciado parte de lo que hay detrás de la producción de este tipo de series, que incita a cierto pensamiento crítico sin mostrarse pedante ni condescendiente y, sobre todo, que se lee de un tirón. Además, nos recuerda algo que merece repetir a modo de cierre: de vez en cuando conviene saltar sin red.
[Me niego a terminar estas líneas sin realizar un alegato a favor de series españolas que, con todas sus limitaciones, sí ofrecían un retrato mínimamente digno y verosímil de su época como fue el caso de Turno de oficio y Brigada central.]
por David Sánchez Usanos
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