La crítica no es una actividad. Es una actitud. Y la actitud es una disposición de ánimo, un impulso. Podemos reprimirlo pero nunca negarlo.
Esto, que es tan obvio, no lo parece tanto si atendemos al panorama actual de la crítica cultural. La actividad de las publicaciones culturales, fundamentalmente la que se realiza en medios dirigidos al público no especializado es publicitaria. La ingeniosa idea de Babelia para aumentar el número de visitas (que no lectores) es ilustrativa al respecto. Sin embargo, su actitud se disfraza. Se presentan como garantes del espíritu crítico cuando lo que percibe el lector es su falta de coherencia. Y esto, que en la industria cultural se está pagando muy caro, en el crítico resulta devastador. La falta de coherencia entre actitud y actividad lo desautoriza por completo. El crítico pierde a los ojos de los demás aquello que lo define: la honestidad.
Esto es lo que encontramos en La línea de producción de la crítica: honestidad y coherencia.
Peio Aguirre es consciente del marco desde el que escribe:
“La complicidad de la crítica con la industria cultural es un hecho históricamente consumado. La cuestión es saber si la crítica puede en este marco de alianza alcanzar sus objetivos sin renunciar a sus nobles aspiraciones transformadoras.”
Porque criticar significa “discriminar, diferenciar, distinguir, segregar y separar”. Y hacerlo es recrear de algún modo lo observado, lo leído, lo escuchado… la actitud por tanto, conlleva desde el inicio una búsqueda errática y esto implica una predisposición a encontrar. “Ser curioso, ser atraído; un buen precio que pagar.”
¿Y cómo desde una actitud apasionada, coherente y honesta se puede producir crítica hoy sin traicionarse a uno mismo? Aguirre ofrece, más que soluciones, formas de enfrentarse a los diferentes problemas y casi todos se centran en conocer a fondo los mecanismos de esta industria cultural digitalizada en la que nos movemos cada vez más tiempo y cada vez de manera más rápida. Hay que asumir que a día de hoy “la crítica no es ya de ningún modo la instancia legitimadora que hacía del criterio un elemento basculante de las cosas, sino el instrumento por el cual la publicidad y la propaganda mediática se abren camino.” Una vez que entendamos a fondo cómo funciona el aparato podremos aprovecharnos de esas herramientas y poner en práctica nuestra estrategia.
No se trata tanto de sabotear el sistema sino de infiltrarnos en él, formar parte de él para poder transformarlo desde dentro. Si hoy ya no importa lo que dice la crítica sino su mera existencia, es decir, su valor de cambio frente a su valor de uso, una posible solución, según Aguirre, sería la crítica dialéctica que es la única que nos permitiría utilizar ese valor de cambio a nuestro favor. Es decir, participemos de las redes sociales, de la promoción, de la publicidad, de la aceleración y la circulación y al mismo tiempo no participemos. ¿Y cómo no se participa? Pues manteniendo esa actitud de esteta beligerante propia de una Susan Sontag que se autodefinía como “una moralista apenas disimulada” o de un Karl Kraus, ese que nos recordaba (y nos recuerda), que “la meta es el origen”, es decir, atendiendo al lenguaje, a la calidad del contenido. Las publicaciones podrán utilizar los textos para rentabilizarlos y monitorizarlos en visitas, impresiones, clics…sí, pero terminarán por ser esos mismos textos los que pongan en evidencia los mecanismos de la industria.
Es necesario producir un texto crítico que tenga valor por sí mismo, que incite al lector a detenerse y leerlo con atención, que consiga desacelerar el ritmo vertiginoso en el que circula entre miles de titulares. Un texto escrito desde el amateurismo, que huya de la especialización y los límites de la academia, sin la necesidad imperiosa del reconocimiento urgente y la gratificación instantánea, alejado de las imposiciones mercantiles de la novedad, con la confianza en su valor de uso a medio o incluso a largo plazo, apoyado en análisis y juicios antes que en descripciones y situado dentro del ideario global del crítico. Un texto escrito desde el placer y para el placer. Como recuerda Aguirre a través de las palabras de Barthes:
“¿Cómo leer la crítica? Una sola posibilidad: puesto que en este caso soy un lector en segundo grado es necesario desplazar mi posición: en lugar de aceptar ser el confidente de ese placer crítico –medio seguro para no lograrlo- puedo, por el contrario, volverme su “voyeur”: observo clandestinamente el placer del otro, entro en la perversión: ante mis ojos el comentario se vuelve entonces un texto, una ficción, una envoltura fisurada. Perversidad del escritor (su placer de escribir no tiene función), doble y triple perversidad del crítico y de su lector; y así hasta el infinito.”
Uno de los mayores placeres que proporciona La línea de producción de la crítica proviene de su estructura fragmentada. Cada una de las secciones funciona de manera independiente pero sin cada una de ellas el ensayo no tendría sentido. La intención dialéctica a la hora de abordar este trabajo se intuye desde la bibliografía seleccionada (Jameson, Eagleton, Benjamin, Adorno, Brecht, Barthes, Lukács…) que influye y vertebra toda la producción del crítico: “El ensayo prioriza espacios de semi-autonomía en su interior preservando las identidades múltiples del texto como un valor intrínseco.” Este ensayo a algunos les podría parecer inabarcable por la cantidad de temas que plantea o deslavazado por la forma en que se presenta. Sería una impresión errónea. No hay que olvidar que la actividad de Peio Aguirre se desarrolla en el ámbito artístico y que su actitud proviene, en primera instancia, de una visión estética global muy potente. La línea de producción de la crítica es un puzle. En vez de atender a la imagen y color de cada pieza debemos detenernos en el contorno de cada una de ellas. Lo importante aquí es descubrir en qué forma y manera está estructurada la pieza, de qué modo se traza la silueta para que encaje con otras. Al final descubrimos que el puzle está en blanco. No importa la imagen resultante. Importa cómo se han encajado todas las piezas para lograr construir algo.
Y lo construido es, en este caso, no sólo una “posible teoría para la crítica”, sino una apasionada defensa de la actividad crítica y una invitación a la práctica de la misma. Me explico: De nada vale que todos los lectores, escritores, críticos y aficionados apedreen en medio de la plaza a Babelia (por seguir con el ejemplo del inicio) por su genial idea de solicitar críticas de 500 caracteres. Lo que deberíamos hacer es producir una pieza que encajara en nuestra estrategia. Se me ocurre que una solución crítica-dialéctica sería enviar al certamen un texto recomendando La línea de producción de la crítica en la que se agotaran la mitad de los caracteres en esta cita del autor. “La crítica debe ser crítica: escrutadora, analítica, distintiva, inquisitiva, interpretativa, comparativa, examinadora, escudriñadora y a veces hasta polémica.” En la otra mitad se invitaría a la lectura del ensayo de Peio Aguirre por si tuvieran interés en comprender la razón por la que los críticos amateurs se prestan a participar en semejante despropósito, aun haciéndolo desde la ironía. Y si sobraran caracteres no estaría de más recordar que Karl Kraus está definitivamente muerto. A veces, para producir crítica hay que decantarse por la actitud más que por la actividad. Es entonces cuando la producción del crítico resulta coherente a pesar de los obstáculos. A veces, incluso, gracias a ellos.
“Toda forma de crítica debe ser, en última instancia, una crítica de la sociedad.” Si la física cuántica está en lo cierto, el hecho de observar un objeto, de analizarlo y estudiarlo, modifica el objeto observado. Cuando ejercemos de forma autoconsciente la práctica inconsciente de la interpretación estamos alterando de alguna manera nuestra realidad. Quizá sólo la recreemos, la ficcionemos y la adaptemos para reafirmar nuestra subjetividad y poder así dar sentido a esta identidad desorientada en el no-tiempo y el no-lugar de la esfera virtual, pero la estamos transformando.
La transformamos porque damos visibilidad a aquello que creemos debe tenerla. Y no se me ocurre mejor manera de hacerlo que la que nos recuerda Aguirre a través del deseo de Foucault:
“No puedo dejar de pensar en una crítica que no buscara juzgar, sino hacer existir una obra, un libro, una frase, una idea. Una crítica así encendería fuegos. Contemplaría crecer la hierba, escucharía el viento y tomaría la espuma al vuelo para esparcirla. Multiplicaría, no los juicios, sino los signos de existencia: los llamaría, los sacaría de su sueño. ¿Los inventaría en ocasiones? Tanto mejor, mucho mejor. La crítica por sentencias me adormece. Me gustaría una crítica por centelleos imaginativos, no sería soberana ni vestida de rojo. Llevaría el relámpago de las tormentas posibles.”
Puede que la actividad del crítico hoy no desate tormentas pero no hay que descartar que pronto consiga, si no llevar el relámpago, cargar de agua las nubes.
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