Al igual que Woody Allen nos llevó al Montparnasse de los locos años 20 en Midnight in Paris, Boris Vian nos mete de lleno en el Saint-Germain de la bohemia francesa de posguerra. La diferencia, claro está, es que Boris Vian no es Woody Allen, ni el París que vivió el primero tiene mucho que ver con el París que soñó el segundo. Aunque en ambos casos sí se encuentra el afán de sostener el mito.
De hecho, Vian describe el barrio estructurando el manual en cuatro partes que, ya de por sí, son toda una declaración de principios: «Realidad y mito», «Florilegio y personalidades», «Las calles» y «Posología e instrucciones de uso». No esconde en ningún momento su intención. Sabe de la importancia del barrio y es consciente de que esa importancia se debe a la historia de lo que ocurrió allí y de las gentes que la escribieron. De ahí la estructura y el tratamiento. Como si de una antigua civilización cuya influencia hubiera sido fundamental en la historia de la humanidad, el autor la presenta incluyendo apartados tan sorprendentes como el desarrollo económico, la prehistoria, o la estructura del suelo. El juego irónico está presente desde el inicio. A pesar de tener esa apariencia lúdica, Vian tiene en mente un objetivo claro que expone en el prólogo:
La vida de un barrio es tan rica en acontecimientos de todo tipo que no se deja resumir en tan pocas líneas; pero si logro al menos transmitir al lector un poco de ese ambiente de Saint-Germain-des-Prés que ha conquistado a tantas mentes lúcidas, me sentiría cerca de haber conseguido mi objetivo.
Boris Vian; Manual de Saint-Germáin-des-Prés
Así que su objetivo no es hablar sobre el existencialismo o la filosofía de lo que luego sería el Mayo francés, por mucho que Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Camus anduvieran por esos lares. Tampoco hablar sobre poesía aunque veamos a Queneau con su «risa-relincho» rememorando anécdotas de los parroquianos del Café Lipp (célebre por sus tertulias políticas); ni tampoco sobre pintura a pesar de encontrarnos en el Manual a Delacroix o Gertrude Stein (y los cuadros de Picasso tras ella); ni sobre cine cuando descubrimos entre los trogloditas de las cuevas a Orson Welles, Katherine Hepburn o Simon Signoret. El objetivo de Boris Vian ni siquiera es hablar sobre música aunque oigamos entre el barullo el bebop del saxo de Charlie «Bird» Parker.
El objetivo es hablar de sus amigos germanopratenses y de lo que, entre todos, crearon a la orilla del Sena. Y lo que crearon fue libertad. En las cuevas, los famosos clubes del barrio, «todo el que quisiera podía ponerse a improvisar con la trompeta, a bailar sin pagar nada, a citar lo que se le pasaba por la cabeza, etcétera.» Esa libertad fue censurada en la prensa conservadora por considerarse inmoral. Las costumbres de los trogloditas amigos de Vian que odiaban «la somnolencia mortal de los días idénticos» no eran apropiadas para los gacetilleros.
Al escritor de Escupiré sobre vuestra tumba esto no le debió de quitar el sueño, pero una de las intenciones del Manual fue mostrarle a esos críticos que tanto ayudaron a magnificar la leyenda de la bohemia existencialista (muy a pesar de ellos mismos) que los habitantes germanopratenses no eran una cuadrilla de sátiros desarrapados, borrachos, depravados, degenerados… artistas, sino gentes cuyo único interés era vivir. Ahora bien, no vivir de cualquier manera. Es probable que haber sufrido una guerra, soportado una ocupación y tolerado una protección, hubiera supuesto una enseñanza fundamental para los parisinos: la vida es corta. Los trogloditas fueron los alumnos aventajados. Boris Vian, cum laude. Su aprendizaje venía de lejos. Sufría de una cardiopatía desde niño. Era muy consciente de la fragilidad de la existencia. Podía haberse recluido en su casa para lamentar su mala suerte, pero lo que hizo fue lo contrario: salir a la calle y disfrutar. Aficionado a la música desde niño había formado una banda de jazz junto a sus hermanos, Alain y Lélio. La Orquesta Claude Abadie tocó durante la ocupación a cambio de comida y bebida. Tocaban por amor al arte en medio de una ciudad herida. La trompeta de Vian se encargaba del suministro de oxígeno. Poco a poco el convaleciente se recuperaba. París se curaba. Las chaquetas azul marino de los músicos aficionados cambiaron al blanco oficial.
Pocos años después, Boris Vian se había convertido en el alma del Tabou, cueva insignia de Saint-Germain-des-Prés. Fue allí donde le dijo a Simone de Beauvoir que el doctor le había desaconsejado que tocara la trompeta. Le había advertido de que, si continuaba haciéndolo, moriría en diez años. Como no podía ser de otro modo, Boris Vian no dejó de tocar. Y sí, murió diez años después. No cumplió los cuarenta.
Su pasión siempre fue la música. Estaba por encima de la literatura. Eso se deja ver en este libro. Y es que para lograr el objetivo propuesto en el Manual no se coloca en el lugar del escritor que muestra situaciones más o menos pintorescas o representativas del barrio, sino que adopta la actitud del jazzman sobre la tarima.Crea el ambiente. Dirige la fiesta.
Su prosa suena igual que su trompeta. Es poderosa, contundente, de efecto directo. Brutal, vehemente; de pronto, uno descubre que la trompeta puede ser muy sutil, que posee matices en la vibración que en una primera escucha se escapan, que parece increíble encontrar delicadeza en un metal con tres teclas. Ese matiz, en la prosa de Boris Vian viene dada por la ironía que es a su estilo lo que la improvisación al bebop. Si el Manual lo hubiera escrito alguien sin el sentido del humor de Vian, el resultado habría sido soporífero. Se habría tratado de una acumulación de nombres propios sin atractivo. Pero Vian, el trompetista, el músico que se jugaba la vida en cada soplido, también se apasionó hablando de su barrio. Improvisó, se arriesgó y acertó.
La parte que más se disfruta del Manual es «Florilegio y personalidades». Se trata de un solo de trompeta donde el intérprete se luce. A cada uno de los retratos le otorga una nota que lo hace único. Con brevedad, señalando un detalle, caricaturiza a la persona. Extrae lo que define a ese individuo. Lo convierte en personaje. Un nombre francés cobra cuerpo, carácter, y es entonces cuando nos da igual si Boris Vian toca una improvisación sobre Jean Paul Sartre o Tristan Tzara porque nos encandila de igual manera que cuando interpreta una versión sobre Vicky Larra, prostituta del barrio, o Paul Boubal, regente del Café del Flore. El tono de Boris Vian es el que nos atrapa. No es el tema lo que resulta tan atractivo sino cómo lo trata. No es la letra, sino la música.
La ironía, unida a ese estilo cortante tan habitual en el Hard-boiled norteamericano (que tan bien conocía el autor), se ajusta a la perfección a la trompeta de las cuevas. Era natural que Boris Vian se convirtiera en el crítico ideal de jazz en Les temps modernes de Sartre o la Combat de Camus. Y, cómo no, era lógico que el mejor cronista de Saint-Germain fuera él. Una muestra en la página 52, cuando enumera los rasgos distintivos de los trogloditas:
- La vida en las cuevas.
- La necesidad de absorber, en altas dosis y en forma de aire, una mezcla de gas carbónico y humo de tabaco.
- Una aclimatación prodigiosa al ruido rítmico que suele designarse con el nombre de «jazz».
- Una capacidad estomacal casi ilimitada en lo tocante a los líquidos
- La facultad concomitante de poder pasar varios días sin comer
Entre estos especímenes nació y creció como artista. Morir, no. Nadie muere en Saint-Germain-des-Prés.
Es conocida la máxima existencialista de Sartre: «El hombre no es otra cosa que lo que él se hace». El sátrapa trascendente del colegio de Patafísica eligió tocar su trompeta con la boquilla a un lado y con los ojos cerrados. De esa postura ante la música y la vida nació su voz. En este Manual se oye rotunda. No es una escucha nostálgica, sino una defensa a ultranza del instante presente. Es un emblema de la vitalidad. Es una nota sostenida. Y muy aguda, diría yo.
Después de conocer el Saint-Germain de Boris Vian entiendo que Woody Allen eligiera Montparnasse para su película. Él toca el clarinete.
Manual de Saint-Germáin-des-Prés
- Boris vian
- Traducción de Julia Osuna
- Gallo Nero
- 2012
- 224 pp
- ISBN:978-84-938569-2-2
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