Somos como moros en la niebla

por Goio Borge

Las cifras apabullantes de este libro, 858 páginas de texto y 112 páginas con 1303 notas), un volumen tan grueso que incluso no tiene índice temático ni onomástico y que remite a la red para buscarlos, son comparables al carácter insólito de la propuesta, el autor y la propia historia del libro. A mí me ha costado cuatro meses exactos de lectura, en los que he leído otras cosas (casi todo novela) y en los que paré la lectura durante quince días… ¡por recomendación del propio autor!, que se lo aconseja al lector alrededor de la página 600.

Es insólito el autor: Joseba Sarrionandia es un poeta, narrador y ensayista que fue preso de ETA y se escapó de la cárcel de Martutene en 1985, escondido en un bafle tras un concierto en la prisión. Su fuga inspiró a Fermín Muguruza la canción Sarri Sarri, un ska que dio a Kortatu un grandísimo éxito musical en los 80. Es insólito que el libro (con su temática y autor) ganara el Premio Euskadi de Literatura (en la categoría de Ensayo en Euskera) en 2011, concedido durante la legislatura en que gobernó el PSE, y que el autor recibiera el premio, inicialmente retenido, al comprobarse que a pesar de su fuga no existían causas pendientes contra él. Sarrionandia está desaparecido, autoexiliado, pero publica y traduce con regularidad. ¿Somos como moros en la niebla?, titulado originalmente en euskera Moroak gara behelaino artean?, es una traducción al castellano revisada y ampliada por el autor.

Pero todo esto, que es conocido y son hechos fácilmente encontrables, no tendría más interés si no fuera por lo insólito que literariamente es este ensayo, que parece una cosa, y luego otra, y más tarde otra, para acabar siendo todas y ninguna a la vez. ¿Somos como moros en la niebla? comienza en el Rif, en la segunda parte del siglo XIX. España ha comenzado a poner su pie (o su bota, mejor dicho) allí: Europa se está repartiendo África y a la metrópoli en decadencia que es España los franceses e ingleses le conceden un trozo de Marruecos, más que nada para no tener que mirarse de frente los unos a los otros. En ese momento se produce la llegada de varios franciscanos vascos al norte de Marruecos, y uno de ellos, un antepasado del autor llamado Pedro Hilarión Sarrionandia, estudió el bereber que se hablaba en el Rif, un idioma del que no se conocía letra impresa alguna, y del que escribió su primera gramática.

Hasta aquí parece que el libro va a ser una biografía de este injustamente olvidado religioso vasco, sometido a los avatares de la historia local y general, que poco a poco se van imponiendo en el relato. El libro devora a este personaje apasionante, que en 100 páginas está muerto, y se convierte en una historia del Rif en el protectorado español, que cubre la increíble proclamación de la República del Rif y el desastre de Annual, hasta la Guerra Civil española, la participación de los moros en ella, y el fin del protectorado en los años 50.

Sarrionandia utiliza una prosa con fuerte carga poética, no exenta de sensaciones y experiencias personales, en que delimita emocional y racionalmente las funciones y usos del lenguaje y los idiomas, y realiza un paralelismo sentimental histórico-lingüístico entre rifeños y vascos, quienes, sometidos a dominación política y lingüística durante décadas, fueron pueblos de montaña y poseedores de lenguas locales de gran tradición oral que sobrevivieron a la lingua franca (romance o árabe) que se impuso en su sociedad. Un caudal de conocimiento e información, de anecdotario e historia, acompaña ya al libro, que empieza aquí a mutar de nuevo, y compagina los saltos a la historia vasca de entreguerras (entre la última carlistada y la Guerra Civil), con una desmenuzadora y documentada historia de las motivaciones del colonialismo europeo, de las razones del hombre blanco para con los países-oprimidos-a-los-que-liberar, de sus justificaciones del estado, el capital o la esclavitud, y de su uso de las lenguas francas como mecanismo de poder. Llegan las historias y las teorías brillantes: de la explicación de la Guerra Civil como una prolongación de las guerras coloniales de un Ejército Nacional -que se sentía desterrado en Marruecos- tras 150 años de retiradas continuadas de territorios de ultramar, al análisis del espíritu colonialista de la ciencia y literatura británicas del XIX; sin dejar por el camino las historias de los vascos individuales que decidieron ser moros, o las de aquellos que fueron forzados mediante leva obligatoria a servir en Marruecos o Argelia contra pueblos con los que compartían más de lo que conocían, el análisis de las figuras de Baroja y Unamuno en su negación del euskera como lengua o a favor de un progreso imparable al que el euskera y la identidad vasca como tales no podían optar por su esencia primitiva y retrasada, o el papel de las revoluciones europeas del XIX en la uniformización de las culturas continental y global, el hundimiento de las lenguas vernaculares, el arrinconamiento de las literaturas menores, y la innecesaria expansión de una desgracia cultural colectiva que el progreso debería haber evitado.

Alrededor de la página 600, Sarrionandia ha desplegado tales cantidad y calidad de información, de mirada disruptiva sobre la historia oficial, y tal habilidad analítica para desenmascarar el poder que el hombre occidental ha utilizado en contra de los marginados y a favor de su bienestar económico y su supuesta prevalencia moral –especialmente de su casta más privilegiada- , que el autor parece replegarse. Pide al lector que descanse del discurso y, con el libro ya desatado tras haber pulsado mil historias y haber citado mil notas, Sarrionandia regresa con carácter más estable al País Vasco, y explica su camino y su posible futuro, en unas páginas que apelan a la necesidad de la política que nace de cero, en la que duda de las plazas de discusión ya ocupadas por agentes previos e interesados, y en la que reconoce la existencia de un imaginario creado y una limitación: la redefinición necesaria del concepto de patria, de su concreción y su finalidad, dados los precedentes. No entra, aunque algo hay, en detalles de las últimas cinco décadas, y, sin embargo, ese detalle es demasiado importante. ¿El terreno es pantanoso para él? ¿Sufriría el discurso acuñado durante centenares de páginas? Me pregunto si era necesario, si el inmenso proyecto literario de este libro inabarcable lo exigía, ya que esta debería ser la fuerza máxima que debe hacerlo, no las consideraciones sociopolíticas del lector o incluso del propio autor. Claro que si sustituimos sociopolíticas por éticas… Lo cierto es que parte del pulso literario se pierde durante un centenar de páginas, en que creo que Sarrionandia viene a mostrar que no tiene el lenguaje para explicarse. El libro no obstante se recupera con una lúcida mirada al poder y sus mecanismos generales, en el que los trazos repartidos por el libro se asoman de nuevo, dando su matiz y cerrándolo en honor, sobre todo, de la literatura.

¿Somos como moros en la niebla? es un libro verdaderamente excepcional. Las circunstancias que predecían su carácter único se confirman: el ensayo, la biografía, la historia, la teoría del lenguaje y la crónica política se imbrican en un texto que extrae verdad y luz de la vivencia personal en relación al contexto político particular y global. Su acercamiento humanista al oprimido frente a las mentiras y desprecios del poder es apabullante. Qué rara es la historia, viene a concluir, en un desasosiego ante las cosas que hemos visto, pero que consigue con pasión cultural y política desbordadas desmontar mitos culturales, recuperar conceptos olvidados en un alegato a favor de los oprimidos de los pueblos del mundo, inquietar y pulsar al lector, y, convertirse, muy probablemente, en el tipo de libro imperfecto pero total que se dirige a ser un clásico de la literatura universal.

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