Burning. El placer de quemarlo todo

Burning, de Lee Chang-dong, puede verse como una respuesta sintomática a las crisis de la Corea moderna, un país subsumido en las paradojas del desarrollismo voraz y la extrema desigualdad, dominado por un rígido sistema de clases sociales, el cual, sin embargo, colisiona de forma imprevista, para el deleite de la audiencia del cine. La película, estrenada un año antes del fenómeno Parasite (2019), exhibe con detalle las fisuras en la sociedad surcoreana, la imposibilidad de ascenso social y la permanente alienación del individuo atrapado dentro de los confines de su origen de clase. El film, una suerte de thriller paranoico con empaque sociorrealista, no solo concibe la desigualdad desde los evidentes daños materiales que genera, sino también desde su potencial afrenta espiritual: la desigualdad y la rigidez de la clase implican, al final, una evidente pérdida de sentido. Los personajes hacen lo posible por darle algún significado a una vida vacía, plagada de falsas expectativas y constantes imposiciones: mientras más se unen en rebeldía ante el sistema que los ahoga, más se imponen sobre ellos la frustración y la agonía, en lo que es el verdadero horror del film.

Pensemos en los sucesos de los primeros minutos de la película, de cierta atmósfera a lo Hitchcock. Una congestionada calle en una ciudad surcoreana propicia un reencuentro idílico, muy Hollywood: Lee Jong-su, un trabajador pobre, vuelve a dar con Shin Hae-mi, una figura de su pasado, antigua compañera escolar, también atrapada en un trabajo miserable dentro de la economía del centavo a centavo. Desde el primer acercamiento, es evidente la forma en que cada uno desea al otro, pero, como con Hitchcock, el deseo no se hace explícito. Las motivaciones y supuestos del deseo, por supuesto, son muy distintas, sino opuestas entre sí: Jong-su es incapaz de leer del todo a su antigua amiga, y, sumido en una crisis propia, encuentra en el misterio ajeno una forma de evadirse a sí mismo, dejando que Shin Hae-mi controle la situación entre los dos, e intentando descifrarla a partir de las pocas pistas que ella deja a su paso. Su mirada es inquisitiva, pero tensa; algo rígida, sino reprimida, pero siempre fija en ella, mediando entre la curiosidad y la obsesión. Por su parte, Shin Hae-mi mira a Jong-su con cierto asombro natural, con cierta dejadez y sin presiones, y, con la disposición a confiar instantáneamente en él, a pesar de seguir siendo un extraño.

Lee Chang-dong hace lo posible para que los personajes no sean frontales con lo que piensan o sienten, al menos en este primer acto. La tensión del thriller se propicia en la disonancia entre lo que los personajes dicen y lo que quieren decir. Cada quien inspecciona al otro, y, perdidos en alguna conversación sin importancia, empiezan a sugerir sus motivaciones. Quizás por eso la escena de sexo entre los dos protagonistas resulta tanto esperable como abrupta, un tipo de sexo incómodo, bastante realista, con la cámara movediza pegada a sus cuerpos, que se mueven con gestos torpes, a la expectativa, con más curiosidad que erotismo, con cierta inquietud y extrañeza, como si estuviesen cruzando un umbral que desconocen. El primer acto de Burning cierra así; no ha pasado ningún conflicto, pero la constante sensación de peligro y temor, transmitida a partir de la tensión sexual entre ambos personajes, del escape que supone pegarse al otro y la promesa de un efímero idilio, es más que evidente.

Burning -  Escena de sexo

Shin Hae-mi le ha pedido a Lee Jong-su que le cuide la casa mientras ella se va de viaje a África y él lo hace pacientemente, sin parecer tan motivado (ni desmotivado) a hacerlo. Descubrimos que su padre está en prisión por actos horrendos, y que saldrá pronto. Mientras tanto, Jong-su cultiva cuidadosamente los frutos de la granja familiar para venderlos como pueda, en un trabajo que, de forma irónica, le aleja y le acerca de la metrópoli, en la frontera de la economía capitalista, pero aún separado de la geografía de la ciudad. Cuando Shin Hae-mi vuelve, no lo hace sola. La acompaña Ben, un millonario surcoreano que parece enganchado a ella, pero al mismo tiempo parece distante de todo. Desde el arranque, para Jong-su y para la audiencia, Ben es un personaje incómodo. Es difícil leerle y mucho más difícil predecir sus intenciones. Su fachada de playboy bonachón no parece convincente. En el juego de miradas y tensiones entre Jong-su y Shin Hae-mi hay una suerte de equidad tácita, un acuerdo de iguales que Ben rompe por completo con una sexualidad desbordante y vil.

Pronto sabremos las peculiares actividades de ocio de Ben. Se trata, si lo queremos ver así, de un deporte extremo: la quema de invernaderos abandonados, el arsoning como hobby nocturno. Ben se lo confiesa a Jong-su sin explicar muy bien el motivo detrás de esa escalofriante confesión, como quien le cuenta a alguien alguna anécdota casual, sin mucha importancia. Jong-su, entre el rechazo y la fascinación por el nuevo pretendiente de Hae-mi, escucha pacientemente. La quema de invernaderos, acto ambiguo, disonante y disruptivo, puede significar lo que uno quiera. Para Ben podría ser una forma de reafirmar su poder dentro y fuera del sistema: su protección de clase lo hace intocable y eso lo lleva a la provocación por provocación, sino a la locura. Para Jong-su, un acto así (público, pero a la vez escondido, grandilocuente, pero anónimo) podría implicar algún gesto de protesta, un punto de enunciación contra el sistema, difuminado en la extrañeza del crimen. Uno y otro esconden sus intenciones, mientras Hae-mi, cada vez más perdida entre sus propios intereses y los del resto, intenta hacerse con una identidad que parece forzosa y fragmentada.

Podríamos pensar que Burning es, en verdad, un film muy perverso. Es perverso en tanto que entremezcla el poder social y el poder sexual de forma sutil, pero incisiva, y lo torna una constante en el film, que tiene su propia versión de una femme fatale contemporánea, de un villano sexy y un protagonista sexualmente reprimido, siempre atrapado en un deseo imposible, representado, claro está, en Hae-mi, pero también en el estancamiento social. Este es un filme perverso, además, porque cada personaje parece estar siempre en estado de alerta, dispuesto a preparar el siguiente golpe contra el otro protagonista, cubriéndose la espalda ante las potenciales revelaciones y traiciones que se suscitan en la trama, una paranoia que, hasta cierto punto, parece estar bien fundada, sobre todo al acercarse el último acto.

Los personajes confiesan ciertos fetiches o son filmados frontalmente siguiendo a cabo alguna rutina perversa. En un plano general, la cámara enfoca a Jong-su masturbándose en casa ajena, a la expectativa de que Hae-mi vuelva de su viaje. Ben, con la mirada desenfocada, pero hablando con total naturalidad, le confiesa a Jong-su su fascinación con quemar recintos vacíos, y no parece importarle la potencial reacción de su nuevo amigo. La propia Shin Hae-mi mi decide jugar constantemente al gato y al ratón con los otros dos protagonistas, y se muestra como un espíritu sexualmente rebelde, que usa la ingenuidad como excusa y arma de ataque, que salta de un interés a otro sin una excusa particular. El film capta los placeres ocultos, las los anhelos censurados, las confesiones vacías de los personajes, quienes son puestos en vulnerabilidad de forma constante por la incisiva cámara de Chang-dong.

Pensemos en la forma en que se desarrolla el personaje de Jong-su. Casi siempre le vemos en un estado de permanente confusión y duda, marcado por cierta desidia y esfuerzo mecánico, fascinando o aburrido, nunca satisfecho ante lo que ve. Pensemos, si no, en el plano medio que enfoca su rostro durante la escena del sexo: una mirada de extrañeza, al inicio, de deseo y curiosidad mórbida ante lo desconocido, algo desencajada ante los hechos; luego, una mirada que vira al apartamento de Hae-mi, una mirada desconcentrada y alejada del acto sexual, que reemplaza el placer por la extrañeza, el deseo por la duda, lo que nos sugiere que Jong-su no está presente de verdad, y que su estado disociativo puede ser una constante para él. ¿Qué lleva a este personaje al total desencanto? ¿Cómo se relaciona Ben con esto? ¿Qué podría sugerir una represión constante de deseos, que más bien parece voluntaria y determinada por su estado de ambivalencia?

Jong-su vive atrapado en una identidad inescapable, en una vida que no va a ninguna parte, manchado por el pasado familiar y la pobreza. Ben, como el producto de la híper masculinidad capitalista, como el arquetipo del millonario ególatra y sexualmente activo, recurre al fetiche como medio de escape, o quizás para reafirmar su rol social. Y Shin-Hae mi, a quien la película nunca termina de desentrañar, sufre la mala fortuna de ser objeto de deseo de ambos personajes, aunque en el fondo también sea una víctima más de la insatisfacción. A partir de un estilo parco, pero privilegiando la tensión y la curiosidad, Lee Chang-dong trata a sus personajes con el mismo desdén que el sistema surcoreano, y los somete a dolorosas transformaciones sin remedio, cortesía de la perversión y la impotencia. Los últimos minutos, trágicos, pero previsibles, son la crónica anunciada de un placer reprimido e insostenible, una anti-fábula moral sin fe en el futuro.

Así cualquiera se pone a quemarlo todo. 

  • Título: Burning
  • Título original: Buh-ning (버닝)
  • Año: 2018
  • Duración: 148 minutos
  • País: Corea del Sur
  • Dirección: Lee Chang-Dong
  • Guion: Lee Chang-Dong, Jungmi Oh. Basado en una historia de Haruki Murakami
  • Reparto: Yoo Ah-in como Jongsu,Jeon Jong-seo como Haemi, Steven Yeun como Ben
  • Música: Mowg
  • Fotografía: Hong Kyung-pyo
  • Compañías Productoras: Pine House Film, NHK, Now Films
Mauricio Jarufe Caballero
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