«Reconozco que me gustaría vivir en un mundo en el que se pudiese decir muy en serio que algo llamado Buffy Cazavampiros es una de las cimas de nuestra cultura. Un mundo en el que, cuando recibamos la visita de habitantes ultrainteligentes de otros planetas (que pasará) presumiendo de alta tecnología intergaláctica, nosotros podamos reponer ‘Pues nosotros tenemos esto’, enseñarles un capítulo de Buffy Cazavampiros y ver cómo caen rendidos, arrodillados y admirados por los frutos de nuestra civilización. Sueño con ese mundo y admiro a los que trabajáis para llegar a él»
Todos los años, el director de Factor Crítico, sentado siempre en su despacho con el respaldo del sillón de espaldas a la cámara, trata de dar ánimos a sus corresponsales en Sitges con estas palabras cada vez que entramos a ver una película de Joss Whedon. Como nunca hemos podido verle el rostro, no sabemos si se está riendo por lo bajini mientras envía estos emails motivacionales, la verdad; aunque preferimos engañarnos imaginando que al lado de ese ejemplar de la Ética demostrada según el orden geométrico de Albert Spinoza y ese jarroncito con una sencilla flor de rafflesia arnoldi que nuestro gran jefe siempre tiene sobre la mesa de su despacho, que a su lado hay también un marco con la foto de Sarah Michelle Gellar, a quien mira gravemente, pidiéndole consejo todos los días cuando ha de tomar una decisión que afecta a nuestros destinos.
Es muy difícil explicar por qué lo de Whedon no es un hypea quien solo haya visto algún capítulo suelto de Buffy o a quien no haya leído los cómics que ha escrito para la Marvel. Decir que Buffy es un personaje “shakesperiano” puede parecer un recurso fácil si no se detallan los motivos por los que lo es, y el estreno de Much Ado About Nothingnos da una oportunidad perfecta para hacerlo ya que, al fin y al cabo, el hecho de que Whedon haya elegido una obra del Bardo para esta película tan personal, no se debe a que esté lanzando bolitas de papel para llamar la atención de la alta cultura, pues el tipo de situaciones y disquisiciones neurales que refleja el de Stratford en esta comedia son las mismas que Whedon ha estado tratando desde que empezó su carrera en la televisión: el papel de los celos, la vergüenza, el engaño y la confusión en las relaciones sentimentales.
Parte de la brillantez de su versión de Much Ado About Nothing (“mucho ruido y pocas nueces”, pero no tanto tomando el refrán como “mucho lirili y poco lerele”, sino más bien como “demasiado alboroto para algo que no tiene tanta importancia”) tiene que ver con el parecido que tiene la premisa argumental de la obra con las condiciones de rodaje que ha creado Whedon para la película. En la obra de Shakespeare, Don Pedro, un príncipe aragonés, llega a Messina con su hermano, dos de sus oficiales, Claudio y Benedick, y se entiende que también con la consabida miscelánea de suboficiales, escuderos y funcionarios. Llegan de la guerra y les recibe en su casa el gobernador de Messina, Leonato, padre de una bella hija y única heredera, Hero, y tío de una hermosa, cínica y lenguaraz joven, Beatrice, que a pesar de estar sola en el mundo, se opone a que su tío le concierte matrimonio. Leonato acoge a su amigo Don Pedro con los brazos abiertos y le propone que se quede un mes allí, descansando, celebrando la victoria y, quién sabe, ¿persiguiendo quizá otras metas más placenteras?
Aprovechando el final del rodaje de Los Vengadores (2012), Whedon se toma dos semanas de vacaciones, reúne unas cuantas cámaras, y llama a unos viejos amigos, su troupehabitual de actores, para que pasen esos días con él en su casa de Santa Mónica. ¿Con qué fin? Bueno, con el único de descansar un poco después de haber librado una gran batalla en Hollywood, celebrar la victoria, también, pero sobre todo, para hacer lo que más les gusta: hacer una película otra vez todos juntos. Una película sobre un grupo de gente de fines del XVI que pasa unos días de vacaciones en una casa de campo. Gracias a haber creado unas condiciones de trabajo con cierto parecido a las de la trama, Whedon sitúa a los actores en la dinámica emocional perfecta para que puedan meterse dentro de los personajes. No he visto en ninguna otra producción de la obra el tono perfecto de languidez veraniega, de vamos a dejarnos llevar por la situación, que tiene la película de Whedon. Quizá por ello recuerda tanto a Rohmer y, quizá por ello, logra lo más difícil de lograr cuando se adapta una comedia de Shakespeare: hacer reír al público. Allí donde Brannagh conseguía arrancar alguna sonrisa (y ni siquiera eso las representaciones teatrales de Shakespeare que he podido ver en España), Whedon consigue algo casi nunca visto: la carcajada continua. Y su estrategia para lograrlo es brillante: darle al público las coordenadas y los códigos populares necesarios para que puedan comprender lo que ocurre en la obra llevándolo a su terreno.
Much Ado About Nothing nos sigue dando a los fanboys muchas razones para continuar creyendo que Clark Gregg es el personaje más simpático que ha dado la Marvel en décadas
Whedon pone a su público en la misma situación en la que estaba el público del Barroco. En este sentido, el que rostros conocidos por series de televisión como Buffy, Firefly o Agents of S.H.I.E.L.D. campeen a sus anchas por Much Ado About Nothing, alguno de los cuales, como Clark Gregg, se ha convertido ya en objeto de culto popular como lo es Whedon, no tiene en realidad tanto de auto-homenaje, pues funciona también como un mecanismo que Shakespeare ya utilizaba en su época: utilizar actores conocidísimos por todos en papeles en los que previamente habían sido encasillados, para darles una vuelta de tuerca. El año pasado la proyección de Cabin in the Woods en Sitges fue toda una fiesta, pero nada comparado a lo que ha sido este Much Ado About Nothing. La platea estallaba en aplausos al ver al tierno y paternal agente Coulson de S.H.I.E.L.D. (Gregg) haciendo de Leontio, al muy pagado de sí mismo Alexis Denisof de Buffy haciendo de Benedick, o al heroico Nathan Fillion de Firefly y Dr. Horrible en un papel que, como el resto, era ya en Shakespeare una versión paródica de los papeles que Gress, Denisof y Fillion están acostumbrados a interpretar en las series de Whedon. Quizá es el simple espíritu fanboy lo que hace aplaudir al público de Sitges, pero ¿no hacían los mismo los espectadores del Globe cuando veían aparecer, tal y como habían anticipado al comprar su entrada, a William Kempe, a Richard Burbage o a cualquier otro actor de la troupe de Shakespeare?
He mencionado Buffy, pero Much Ado es, al menos al comienzo de la película, más deudor del exquisito tono irónico de otra de las grandes obras del pop teen noventero, la película de Amy Heckerling Fuera de Onda(Clueless, 1995). Heckerling adaptaba en ese film una novela de Jane Austen, Emma, llevando el texto original a un instituto de Beverly Hills, y hasta conservando a veces el lenguaje del original, con efectos hilarantes: “Te preguntarás por qué hablamos como señoritas del siglo dieciocho”, decía Alicia Silverstone en la película. “Eso es porque estudiamos en un colegio de élite en Beverly Hills y estamos muy bien educadas”. Pero Whedon lleva mucho más allá este trasplante irónico del texto original, pues en su caso se niega a reescribir el guión para adaptar la obra a los tiempos que corren y al lugar, Santa Mónica, en el que transcurre la acción.
Whedon utiliza el texto habitual íntegro dejando que al espectador le resulte evidente el abismo entre lo que está escuchando y lo que está viendo. Aunque los actores hablan de Messina, es evidente que sus personajes viven en la capital mundial del espectáculo; aunque se habla de desenvainar espadas, lo que llevan enfundado los personajes son pistolas; y cuando Leontio anuncia que va a hacer entrar a la banda, lo que hace es conectar un iPod a unos altavoces para poner música. La propuesta de Whedon es, en este sentido, mucho más radical que la de Heckerling, pero lo mejor de todo es que no abusa de ella, pues pone siempre las emociones que sienten los personajes en primer plano y no el ingenio de la escenografía. Pero lo que es más, resulta perfectamente coherente con el original, pues la obra de Shakespere era ya en sí misma una reescritura irónica de las comedias de su época, basadas en los juegos de celos y la confusión de identidades.
Sin embargo, en lo que realmente destaca Much Ado es en la puesta en escena; algo que podría parecer sorprendente si pensamos que se rodó en dos semanas, con poca preparación, y justo en medio del proceso de producción de una película tan complicada como Los Vengadores. Pero no es tan sorprendente, en realidad. Es normal que Whedon supiera instintivamente cómo rodar la película con tan solo ponerse detrás de la cámara, ya que el escenario es su propia casa. Es normal que haya sabido captar en Mucho Ado la luz de Los Ángeles mejor que en ninguna otra película desde el Somewhere de Coppola: pues ¿no es natural que Whedon sepa perfectamente por qué ventanas de su casa entra la luz en cada momento del día? Una ventaja con respecto al set de Los Vengadores, claro está. Y natural es también que ninguna de las maneras que tienen los personajes de jugar con el espacio resulte forzada. Es su casa, Whedon conoce perfectamente cada ventana, cada escalera y sabe hacer que cada uno de estos elementos juegue su papel en la película a la perfección. Es posible que una de las decisiones más inteligentes de Much Ado About Nothing sea la inclusión de varias escenas de slapstick en las que las ventanas, las escaleras del sótano y los muebles de la cocina juegan un papel especial. Inteligente, digo, porque en el lenguaje que Shakespeare utiliza en estas escenas (en concreto, se trata del momento en que Beatrice y Benedick espían a sus amigos por separado, cuando estos hablan de ellos en voz alta con el fin de juntar al uno con el otro), en las palabras que Shakespeare hacía hablar a sus personajes, se intuye la posibilidad de que en los montajes que Shakespeare hizo de esta obra hubiera ya en alguna acción de comedia física.
En Much Ado About Nothing, lo único que hace Whedon es sacar a la luz, esa brillante luz angelina que todo lo muestra, lo que ya estaba implícito en el texto, haciendo que el público actual pueda disfrutarla en unas condiciones y dentro de un contexto cultural lo más parecido posible al que disfrutaron los espectadores de su época. Es por ello que el resultado de esta película es tan valioso, porque Whedon consigue demostrar al gran público que eso que siempre hemos llamado “alta cultura”, al menos en lo que respecta a Shakespeare, no era tan diferente a Buffy Cazavampiros. Era baja cultura también, algo que la gente veía mientras se atiborraba no a palomitas, sino a algo mucho más ruidoso: castañas pilongas (en las excavaciones arqueológicas de los antiguos teatros londinense se han hallado miles de cáscaras). Es el tiempo lo que pone a la baja cultura en su sitio. Arriba si es que allí tiene que estar, o abajo si es una mierda. Exactamente igual que lo que ocurre con muchas de las obras que hoy nos parecen respetables, pero que el día de mañana las veremos como lo que realmente son. Whedon es una de las personas que más están haciendo dentro del audiovisual estadounidense por borrar las barreras entre la alta y la baja cultura, y Much Ado About Nothing no es más que otro paso lógico en su carrera.
Jefe: creo que sí, que en un futuro muy cercano podremos coger Buffy Cazavampiros, juntarla con esta obra de Shakespeare, dárselo a los extraterrestres y decirles que estas son el tipo de cosas de las que nos sentimos orgullosos de hacer aquí en la Tierra.
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