El Resplandor es una película de horror cósmico ante la soledad de una persona atrapada en el interior de su propia mente. No sé si es la mejor o la peor obra de arte que se ha hecho sobre dicho tema, pero sin duda, a título personal, es la que más pavor e impotencia me produce. Alter y Walter, el último tebeo de Pep Brocal, es, creo, muy deudor de dicha película, bien por inspiración directa, bien debido a que parte de una premisa parecida. El hotel es el centro de la acción. El lugar adonde huye el protagonista creyendo buscar un nuevo camino cuando en realidad lo único que quiere es aislarse de una realidad intolerable. Pero el hotel no es solo un espacio físico. Es algo más que una metáfora, es un espacio mental donde cada pasillo es una circunvolución cerebral, un callejón sin salida del pensamiento.
Walter, aburrido de su vida en pareja con una mujer, Carla, que puede ser real o no, abandona todo, su casa, su trabajo, para ir… no se sabe muy bien adónde. Cuando, después de un accidente en la carretera que le deja inservible el coche, Walter se refugia en el motel más cercano, empezamos a darnos cuenta de que su viaje tiene en realidad la cualidad de un sueño. Extrañas cosas empiezan a ocurrir en el motel: un comensal le ofrece un masaje de meninges cuando se sienta en una mesa del restaurante, la dueña del motel es una mujer escultural con cabeza de urraca y el camarero del bar, un simple maniquí de madera. Pronto se evidencia que todo lo que hay en el motel es símbolo puro. Alguno de ellos, de una naturaleza insultantemente evidente, como en un sueño. Un hermano convertido en lagarto que echa en cara a Walter la vaciedad de su vida, o un musculoso Steve McQueen que le critica por su cobardía. Pero esta falta de sutileza no es en absoluto un defecto narrativo, como tampoco lo era en El Resplandor: es simplemente una de las formas que tiene nuestro subconsciente de reírse de nosotros.
El subconsciente puede ser sutil cuando quiere, pero la mayor parte de las veces es virulentamente directo. Como cuando el espacio arquitectónico cobra importancia en los sueños. No hace falta ser Freud para entender que, en el mundo onírico, la casa o la habitación donde estamos es siempre un sustituto simbólico de nuestro cuerpo, o más en concreto, de nuestra arquitectura cerebral. Es allí en la casa, o en los espacios cerrados del trabajo, donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo por lo que es natural que establezcamos, de manera inadvertida, relaciones metafóricas entre dicha prisión exterior y los límites de nuestra prisión interior, es decir, nuestro propio cuerpo. La una es reflejo indiscutible de la otra. Soñar con una habituación ruinosa nos advierte de un estado mental con la misma cualidad… o de una fuerte resaca; soñar con interiores amplios, luminosos y floridos es celebración de un estado psíquico amueblado de forma similar.
Al recorrer con su triciclo los interminables y laberínticos pasillos del Hotel Overlook, Danny estaba en realidad transitando por las enmarañadas circunvoluciones del cerebro de su padre, por las intrincadas ramificaciones de un pensamiento que se vuelve sobre sí mismo y que se refleja en las tramas geométricas de las alfombras y del laberinto de setos del jardín. Lo mismo le ocurre a Walter, con la salvedad de que él no está atrapado en el cerebro de su padre, sino en el suyo propio. Esta metáfora, que es algo más que una metáfora, pues su carácter universal hace de ella una imagen arquetípica, se manifiesta de manera literal en una brillante escena de Alter y Walter, en la que una especie de frenólogo dibuja sobre el cráneo rasurado de Walter un esquemático corte transversal del motel; es decir, el mapa de su psique.
“Hay zonas oscuras, pasillos ciegos, habitaciones clausuradas, escaleras que no conducen a ninguna parte, sala de biblioteca sin libro alguno…”, un desbarajuste escheriano, vamos: este es el juicio que le merece al frenólogo la estructura mental de Walter. Juicio que, por supuesto, es pronunciado en público, como lo es también en Alicia en el país de las maravillas, otra de las obras que mejor han abordado los abismos de la psique humana. Pero no nos desviemos de la frenología, pues es muy interesante el hecho de que para explicar el símil psíquico-arquitectónico, algo que a estas alturas del tebeo no hubiera sido necesario, se dibuje una cuadrícula sobre la cabeza de ese reo de sí mismo que es Walter. Si pasamos la página, entendemos por qué. El frenólogo ha dibujado el mapa craneal no solo para hacer explícito el tema central de Alter y Walter, sino para destacar el parecido entre un corte de planta arquitectónico y la cuadrícula de un cómic, donde en cada viñeta aparece reflejado lo que ocurre en cada habitación o pasillo.
En otro lugar traté los parecidos funcionales entre la página de cómic y el croquis cenital de una casa, donde las relaciones, metafóricas o narrativas, son horizontales. En cambio, aquí, de lo que se trata, igual que en 13 Rue del Percebe, es de relaciones verticales, es decir, jerárquicas. Cada viñeta soporta el peso de las que tiene encima y aunque podamos contemplar la página como un todo, ésta cobra sentido solo con su lectura secuencial, pues es entonces cuando nos hace sentir con toda su fuerza, debido al proceso acumulativo de ver a Walter envuelto en situaciones similares de huida, espanto y pérdida, el agobio que produce soportar el peso de su estado psíquico. Mientras en el tebeo de Ibáñez el peso de cada viñeta era el peso de una situación social insoportable, Brocal lleva esta misma verticalidad agobiante al plano de lo individual gracias a la transformación del plano arquitectónico en un collage de pasillos, habitaciones y esquinas… Lo mismo que hacía El Resplandor en sus interminables planos secuencia con steadycam y esas líneas de fuga que convergen siempre en el interior del cuadro como en la composición de Brocal.
Hacer de los edificios y de los cómics un mapa cerebral puede que no sea nada nuevo, sobre todo si pensamos en Chris Ware. Quizá la diferencia entre Alter y Walter y un Building Stories es que mientras Brocal está más interesado en plasmar gráficamente un flujo de pensamiento que se mueve en circulo dentro de cuatro paredes, lo que Ware intenta representar gráficamente es siempre algo estático, varado en el pasado: la vida y el pensamiento en estado vegetal. Lo importante es que ambos, Ware y Brocal, al igual que Kubrick, consiguen reflejar el insoportable horror del aislamiento mental con idéntica intensidad.
Alter y Walter o la verdad invisible
- Pep Brocal
- Editorial Astiberri
- 108 pp
- Color
- 2013
- ISBN: 978-84-940121-2-9
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