Dentro del género de la epopeya, Beowulf ocupa un lugar muy especial, pues es quizá una de las pocos ejemplos de este género en que la función esencial del héroe es matar monstruos. Es verdad que Ulises tiene que enfrentarse con monstruos como el Cíclope o Escila y Caribdis, pero para vencerlos o esquivarlos siempre utiliza su ingenio, no la espada; en otras epopeyas, como por ejemplo, la Canción de Gilgamesh o el Cantar de los Nibelungos, el héroe sí tiene que dar muerte literal al monstruo; así ocurre en el primer caso con el Toro de las tempestades, o en el segundo con el dragón. Lo que diferencia a estas historias de Beowulf es que, en ellas, la lucha contra el monstruo ocupa un episodio muy concreto dentro de las peripecias del héroe; mientras que en Beowulf, la lucha contra los monstruos es la justificación única del canto.
Durante mucho tiempo, los académicos se han preguntado por qué tanta importancia la de los monstruos en Beowulf. ¿Qué significan? ¿Son una alegoría de algo? ¿Es el héroe matamonstruos un sustituto simbólico de las naciones civilizadoras, como ocurre con Heracles, cuyos trabajos le llevan fuera del Peloponeso a imponerse sobre la “barbarie” y cuya historia mítica le atribuye la fundación de ciudades en la Península Ibérica? ¿O se trata quizá de una simple alegoría de la lucha del bien contra el mal? Según los especialistas, Beowulf se acercaría más a esto último debido a la influencia del cristianismo en su redacción.
Por desgracia, el académico se atribuye con demasiada frecuencia el papel de determinar y restringir el significado, mientras que el papel del creador (o el adaptador, que para el caso es lo mismo) es justo el contrario: no acotar el significado, sino multiplicarlo, de modo que la historia conserve todo su potencial imaginativo. Esto es precisamente lo que han hecho Santiago García y David Rubín al trasladar la historia de Beowulf al cómic. Uno de sus grandes aciertos es, en mi opinión, el de negarse a llevar la trama a un contexto más cercano al lector o a solaparla con otro género distinto (cosa que sí hizo Rubín con Heracles) para proporcionarnos unas coordenadas más cercanas que nos permitan interpretar el mito y el monstruo en nuestros propios términos. Pero no, en el Beowulf de García y Rubín, los términos los marca la propia obra en sí: ¿por qué no admitir que un héroe pueda enfrentarse a un monstruo porque sí? ¿Por qué tiene que significar algo el monstruo? ¿Si el Alien de Ridley Scott no necesitaba de ninguna excusa alegórica o simbólica para hablar del miedo en su forma más pura, por qué iba a necesitarlo Beowulf?
De lo que hablan García y Rubín aquí es de emociones básicas sin adulterar por el pensamiento. Beowulf, un guerrero geat (procedente del sur de la actual Suecia) llega a Dinamarca para ayudar a su rey Hrothgar, cuyo pueblo es acosado por el monstruo Grendel. El horror que transmite Grendel es difícil de describir con palabras y Santiago García prueba que ha alcanzado la maestría como guionista al no intentarlo siquiera, dejando que sean los recursos puramente gráficos del cómic los que hagan dicho trabajo. Lo más espantoso de Grendel no es su aspecto o su ferocidad. Lo que aterroriza verdaderamente de él son pequeños detalles visuales, como el hecho, de que eyacule involuntariamente sobre Beowulf la primera vez que se enfrenta a él, o que García y Rubín nos ofrezcan, de cuando en cuando, secuencias focalizadas desde su punto de vista. Quizá una de las cosas más espeluznantes de esta obra son esos insertos de viñetas en los que vemos a los personajes tal y como los ve Grendel: una masa de músculos deshumanizada, un simple conjunto de células y proteínas que masticar.
Es en estos pequeños detalles donde García y Rubín estimulan más la imaginación del lector invitándole a interpretar al monstruo de diferentes maneras, sin apartarse por un momento de su visión literal de la historia. Habrá quien vea una lectura política en este Beowulf porque ¿no es precisamente esto mismo lo que resulta tan patente en los días que corren: que hay monstruos, monstruos muy reales con nombres y apellidos, que miran a los trabajadores como si fueran una masa de músculos deshumanizada? ¿No existe un claro interés en que nos veamos a nosotros mismos como sacos de células y proteínas? Que cada uno lea lo que quiera, porque esta y seguramente muchas otras lecturas podrán desprenderse del Beowulf de García y Rubín, no porque ellos hayan contado con ellas de manera literal en la obra que han hecho, sino porque ésta constituye un disparo tan directo al sistema límbico, donde se origina el miedo y, por tanto, nuestra conciencia sobre lo que es el Bien y el Mal, que cada lector podrá encarnar los suyos (y por tanto sus propias interpretaciones también) en las imágenes de Rubín.
Pienso que hay muy pocos cómics que sean capaces de hacer que alguna de sus viñetas se quede grabada de manera literal en la memoria. Siempre resulta mucho más fácil recordar un diálogo o una trama antes que una imagen concreta. Pero Beowulf destaca precisamente por lo contrario: parece como si a David Rubín le hubiera poseído el espíritu de Frank Miller, no porque intente imitarlo o porque ambos artistas tengan el mismo sentido estético (más allá de la tendencia a la abstracción de ciertas viñetas), sino porque el resultado está tan cerca de la representación de las emociones en estado puro como pueda estarlo una pintura de Jackson Pollock. Eso hace que ciertas imágenes sean inolvidables: la travesía del estrecho de Oresund con los barcos cargados con caballos, el brazo de Grendel colgado como trofeo en el salón de banquetes, la cabeza cercenada de la madre de Grendel, el ojo del monstruo que despierta periódicamente, Beowulf llamando al dragón golpeando el filo de la espada contra su escudo, o la imagen del barco llameante con la que da comienzo y fin la historia.
Quizá sea demasiado pronto para valorar la importancia de Beowulf en el contexto del cómic español actual, pues aún habrá que esperar a que sus posibles interpretaciones y resonancias vayan madurando y saliendo a la luz con sucesivas relecturas, pero creo que no me equivocaré mucho si digo que estamos ante uno de los principales hitos editoriales desde El Arte de Volar de Altarriba y Kim.
Bewulf
- David Rubin
- Editorial Astiberri
- 200 pp.
- Color
- ISBN: 978-84-15685-35-7
Enlace a Beowulf en la página de la editorial
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