William M. Thackeray es conocido sobre todo por La feria de las vanidades y Barry Lindon. Es un escritor victoriano contemporáneo de y casi tan célebre como Dickens, del que Periférica recupera ahora La historia de Samuel Titmarsh y el gran diamante Hoggarty, una pieza pequeña, sutil e irónica cuyo tema central es la construcción y explosión de una burbuja financiera de una empresa de seguros en la City de Londres. A través del personaje central, un voluntarioso joven contable tan honesto como ingenuo asistimos a la gestación del engaño, a las malas artes para captar las propiedades ajenas a que lleva la avaricia, y al fracaso de las pirámides financiera sin provisiones ni regulación. Todo esto, bien lo sabemos, no ha cambiado tanto en más de 150 años, y es un argumento de actualidad obvio que la novela posee y por la que su reedición merece más eco.
La bolsa de Londres a mediados del siglo XIX
El estilo de Thackeray, no obstante, llega más allá de esto y lo trasciende, especialmente por el dibujo del protagonista, Samuel Titmarsh, al que un supuesto golpe de suerte lleva a la cima sin desearlo: su tía le regala el diamante Hoggarty, de impagable descripción, y gracias a esa posesión el poder financiero y social le creen equívocamente alguien de más recursos y medios, y le introducen en una espiral de regalos, relaciones para convenir matrimonios, fiestas aristocráticas, falsas amistades y superfluosidades que, sin experiencia pero asombrado, cumple como hombre que cree bueno ser agradecido. Su aprendizaje se acompaña de su observación (obviamente la de Thackeray) sobre los personajes y las empresas que pueblan el submundo de la City, cuyas imposturas se revelan con el juego sutil de palabras, la metáfora ligera, y un tono alegre, entre desenfadado y burlón, de una juevntud inexperta y psicológicamente bien retratada.
William Makepeace Thackeray
La historia de Samuel Titmarsh y el gran diamante Hoggart, es una novela moral que apela al individuo y su responsabilidad, pero también a la justicia a la regulación. Construye sutilmente la tela de araña del fraude y la decepción sin subrayados hasta el capítulo final, y lega una descripción casi documental de ambientes inesperados, como las cárceles de pago que la Inglaterra victoriana reservaba a los acusados de delitos financieros. Como novela moral, los calores que salvan al protagonista son el amor y la amistad, en los que Samuel Titmarsh no fracasa. La lección igual es algo obvia, pero el proceso para llegar a ella es estimulante.
por Goio Borge
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