No me pidas que te bese porque te besaré, la única película dirigida por Albert Espinosa, incluye una escena de una elocuencia formidable en la que nuestro admirado Albert se aprovecha de la diversidad funcional de un grupo de chicos para desarrollar su metáfora de las pajas positivas. Primero los engatusa con el muñón y luego los hace creer que cuando piensan en alguien al masturbarse, no es que estén materializando el deseo sexual que sienten por esa persona, sino que le mandan suerte, convirtiendo la masturbación en un hechizo benefactor. No hay duda de que estamos muy necesitados de esta reeducación sexual que hace del sexo algo limpio y altruista, pero Albert no puede evitar mostrarnos las auténticas intenciones del personaje en un arrebato de honestidad: el objetivo de la pantomima no era otro que convencer a los muchachos para que se masturben delante de él. Una bonita implementación de dos arcanos populares, el tuerto que prefiere predicar entre ciegos y el lobo con piel de cordero.
En la obra de teatro Idaho y Utah, Albert escribe e interpreta a un tipo enamorado secretamente de su mejor amigo, al que acaricia todo el tiempo con su muñón. Cuando se queda dormido en una azotea, el amigo le inyecta sin pedirle permiso un medicamento que cambiará su vida para siempre. ¡En el culo! Fantasear en público con que tu amigo heterosexual te penetra en un acto de generosidad pura es un acto valiente y honesto, pero de nuevo flota la sombra de la vergüenza, ya que Albert, incapaz de mirar el rostro de su amigo amante, necesita estar inconsciente para pasar por esa experiencia volteadora que desea con toda su alma.
Idaho y Utah en la fiesta de pijamas
Esta lucha feroz entre ser angelical y ser humano que se desarrolla dentro de Espinosa es uno de los espectáculos más deliciosos que puede ofrecernos el arte verdadero. La humanidad lucha por salir a la superficie mientras Albert la va disfrazando para que se confunda con su torpe y decorativa idea de la felicidad, la emoción, la amistad y la sabiduría. Sin duda es una estrategia que funciona a nivel comercial, ¿pero funciona como terapia personal? ¿Ama Albert Espinosa su propio caos o, por el contrario, aprieta su cilicio un poco más cada mañana? Veamos qué nos dice al respecto su nueva novela, El mundo azul. Ama tu caos.
Posiblemente sea la primera novela de Espinosa que no trata sobre las desmesuradas consecuencias de la homosexualidad reprimida de su protagonista. En esta ocasión la obra se ocupa del miedo a morir sin haber aprovechado el tiempo, lo que en su caso significa morirse sin haberse pasado la vida emocionado hasta el temblor y el llanto por absolutamente todo. Para combatir ese miedo, Albert construye un purgatorio en el que algunas personas elegidas pasan sus últimos días y donde les suceden más y mejores cosas que a cualquiera de nosotros en siete vidas. Básicamente estos sucesos no son más que conversaciones con vocación de trascendencia con los mismos personajes pelmas que aparecen en todo lo que escribe, gente que no hace más que hablar de ideas y sucesos presuntamente tremendos y emocionantes con una superficialidad extrema sin jamás dar la menor señal de saber de qué están hablando, algo así como niños que juegan a las casitas. En las obras de Espinosa los personajes dicen todo el rato que se enamoran, que lloran, admiran o tienen miedo, pero no es verdad. Nunca muestran nada, sólo imitan el comportamiento humano como androides rupestres. Albert parece sufrir una obsesión anal por dejar claro que vive permanentemente emocionado pero, como sus personajes, jamás vive nada real porque está demasiado ocupado tratando de retorcer la realidad para que encaje en su discurso.
Una vez más, si uno quiere sacar algo de sustancia de una obra de Espinosa, tiene que recurrir al psicoanálisis. Pero, ay, la técnica que en otras ocasiones nos dio tantas satisfacciones ya no funciona, porque Albert (¡Hola, Albert! ¡Sé que estás ahí!) ha hecho caso de mis consejos. Tomó buena nota cuando yo me hacía cruces de que se expusiese de una manera tan impúdica en novelas anteriores y decidió entonces no volver a ponérmelo tan fácil. Esta vez se esconde, evita darnos pistas que nos ayuden a atravesar la capa de ficción y acceder a su intimidad desnuda. Yo desde aquí te pido perdón, Albert, porque el resultado ha sido El mundo azul. Ama tu caos, esta novela tan coñazo, tan vaga, tan sin razón de ser.
En El mundo azul, un joven muy enfermo que vive en un hospital nos cuenta su vida en primera persona. Como no sabemos su nombre lo llamaremos Albert, igual que el autor, con el que no debemos confundir al personaje en lo sucesivo. Repito, no confundir a Albert personaje con Albert autor. Total, que Albert vive en el hospital, y cuando el médico le comunica que le queda poco tiempo de vida, reacciona pegándole un puñetazo en la cara y fugándose del hospital. Entonces recuerda un lugar del que le habló un personaje sabio, especial y luminoso (PSEYL* en adelante) que de inmediato identificó a Albert como otro PSEYL, (porque ya saben ustedes que los PSEYLs se reconocen entre ellos a simple vista, que para eso son luminosos), y decide utilizar el poco tiempo de vida que le queda para ir a ese lugar. Toma un avión, pero jamás alcanza su destino, porque muere en pleno vuelo. Fin.
Pero mientras Albert agoniza en el avión elabora una fantasía de consolación, otra fuga psicogénica que en esta ocasión se concreta en un lugar de naturaleza onírica, lleno de símbolos baratos y la palabrería habitual. En esa prórroga imaginaria, Albert sobrevive al vuelo para pasar sus últimos días en una isla con el aspecto de Lanzarote o Neverland (la de Michael Jackson, no la de Peter Pan) donde muchos PSEYLS acuden a agonizar antes de partir hacia el reino de la muerte.
El Mundo Azul
Allí se encuentra con una enigmática chica de su misma edad, pero no da tiempo a desarrollar una de esas mágicas relaciones espinosianas porque ella palma enseguida, eliminando a la primera oportunidad el escollo del coño que acecha, la amenaza del noviazgo con una mujer. Entonces Albert se queda sólo con un niño cuya única función es preguntarle cosas para que él tenga ocasión de alumbrarnos con sus gilipolleces habituales y la visión del mundo que tan buenos resultados le da en los platós de televisión. En uno de estos diálogos platónicos, el niño le pregunta abruptamente si un adulto abusó de él en el hospital cuando era niño para que Albert tenga la ocasión de decirnos que eso no ha sucedido jamás.
Una vez que nos hemos librado de la presencia de la vagina y que nos queda clarito que nadie abusó sexualmente de Albert en el hospital cuando era niño, nuestro héroe se encuentra con otra habitante de la isla, una PSEYL embarazada con la que congenia inmediatamente. Tras echarse un baile y un par conversaciones muy insoportables, la señora entrega su hijo recién nacido a Albert y palma también. Él se resiste a aceptar su destino de moribundo y toma un avión de vuelta con el niño, dispuesto a darle una oportunidad en el reino de los vivos.
Pero, ay, como en toda fuga psicogénica, la realidad (simbolizada por una viajera que lo ve todo desde la otra punta del avión y le arruina a Albert la fantasía de ser padre y poeta) se impone y nuestro protagonista muere antes de aterrizar.
Y eso es todo, amigos. ¿No hay más?, se preguntará el lector. ¿Ni rastro de las maravillas que nos trajeron anteriores novelas de Espinosa? Me temo que así es. El mundo azul es una novela triste, mustia, vaga, cobarde y muy aburrida. Ni rastro de niños que violan a sus hermanitos y después esperan la vida entera a que su padre esté chocheando para irse de putas con él. Ni rastro de detectives maricas especialistas en buscar adolescentes desaparecidos. Ni rastro de visitadores nocturnos que regalan dildos y polaroids a los niños del hospital.
Qué gran artista fuiste, Albert. Queremos más de eso. Debes encontrar la manera de contar esa truculenta historia de un señor incapaz de hablar con las mujeres que aprovecha sus últimos días de vida para robar un bebé. Y debes hacerla compatible con tu truquito de hacer que el lector se crea un PSEYL y te siga comprando la moto. Esa es tu misión en la vida, Albert, porque tu fortaleza era la de organizar aquellas inmensas filas de compradores en San Jordi que creían estar ante el personaje inofensivo que interpretas por televisión, mientras tú insuflabas en sus mentes imágenes subliminales de relaciones entre adultos y niños. Lo que escribes se justifica por esta performance en la que unos inocentes que no entienden tus novelas compran tus novelas, por ese acto supremo de terrorismo plástico contra la cordura de un sistema que coloca Alberts Espinosas troquelados en cartón en las librerías de los grandes almacenes. Tu trabajo era una obra maestra comparable a la de aquel artista-terrorista que obliga al primer ministro británico a copular con una cerda por televisión en “El himno nacional” (Charlie Brooker, 2011). Pero si estos libros que vendes no llevan dentro una bomba entonces no valen nada.
Conseguir un bebe
Cometo un acto de arrogancia, porque ¿quién soy yo para decirte lo que tienes que hacer? Tú eres un autor de gran éxito y yo un hombre insignificante que está aquí abajo criticándote. Pero, joder, soy el único que ha entendido tu trabajo, el único que te ha tomado en serio y te ha tratado como a un artista y no como al payaso al que le permiten decir por televisión las mismas estupideces durante años a cambio de unos minutitos de espectáculo inofensivo e idiotizante. ¿No te dice nada que tus editores se nieguen a enviar ejemplares promocionales de tus libros a los medios especializados en crítica literaria? Tal vez yo tenga un poco de razón en esto: debes volver al camino de la autoayuda terrorista que tanto nos hizo disfrutar. Ese es el caos que debes amar, el cocodrilo que tienes que abrazar, el fuego en el que tienes que arder.
Y sin embargo, cuando leo tu columna dominical en El Periódico, me entristezco y pierdo la esperanza, porque detecto en ella la misma pereza implacable que en “El mundo azul”. Me parece ver en ti cierto desprecio por tus lectores, a los que tratas como a unos pobres muchachos funcionalmente diversos de los que no sabes cómo librarte porque ya ni te apetece hacerte pajas con ellos en la piscina. No te rindas, Albert. No nos trates así, no escribas más poemas, ni personajes sin brazos ni piernas a los que llamas Tronco. Que me viole mi mejor amigo en una azotea y yo no me entere si ese Tronco no es la agresión más violenta que he sufrido desde que un desconocido me pegó un moco en el cristal de las gafas.
Dijo Issei Sagawa, el caníbal de Kobe que mató y devoró a una chica en 1981 y hoy día se gana la vida como crítico culinario, escritor y aparición regular de la televisión japonesa, que para dejar de ser un monstruo tuvo que convertirse en un payaso. Esta es la misma lucha que se desarrolla en la obra de Albert Espinosa, pero me temo que el payaso esté venciendo al monstruo. No te avergüences del monstruo, Albert, no lo domes, no permitas que perezca bajo el pie del payaso. Ama tu caos.
Como están ustedeees!!
*El PSEYL es sabio, pero nunca utiliza su sabiduría abiertamente, no sea que la cague y quede en evidencia. El viejo truco de hablar poco y a posteriori para parecer más listo. El PSEYL siempre se anda con ambigüedades, claves y acertijos, haciéndose el interesante, un poco de rogar, así como para que seas tú el que se dé cuenta de todo solito y aprendas. Yoda, Dumbledore o el gilipollas de Gandalf son buenos ejemplos de PSEYLs, pero en el mundo de Albert Espinosa el PSEYL tiene especial predilección por los niños que van solos en un barco o duermen en el hospital, y en vez de tener un reloj que atrasa el tiempo o un cayao mágico y el pelo liso, lo que hace es que en cuanto te descuidas cae sobre ti como zorro sobre gallina.
*El PSEYL es especial, y si tú te lo crees entonces quiere decir que tú también eres especial. Es como el traje nuevo de emperador, que si no lo ves es que eres tonto. ¿Lo ves o no lo ves? Spielberg lo vio clarísimo.
*El PSEYL es luminoso y cuando te toca te contagia de su luz. No eyacula semen, eyacula suerte; no pierde unos cuantos miembros, gana una manera especial de entender el mundo; convierte el hospital en un campamento de verano y convierte a un visitador nocturno en un ángel de la guarda.
Issei Sagawa. Otro que ama su caos
por Tirante Vargas
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