Recuerdo que cuando publicamos la reseña de Tempest, hayá por el 2012. David escribía “Nashville Skyline … ¿quién demonios es el tipo que canta en aquel disco?” Era un comentario de pasada, pero se me quedó grabado. De alguna forma creo que es una frase que se puede extender a toda la carrera de Dylan y no solo por su forma de cantar -que ha ido cambiando con el tiempo, a veces por necesidad, para adaptarse a la evolución natural del instrumento, otras por estética y hasta por coquetería- sino porque, en definitiva, es la gran pregunta que acompaña a Dylan desde el principio de su carrera. ¿Quién demonios es este tipo?
Si hay un cantante poco dado a ser complaciente con su público ese es Dylan. Su veleidad es tan propia que ni siquiera resulta extravagante. En realidad, el escurridizo Dylan no se ha dedicado nunca a los volantazos. Da la impresión de que Dylan, simplemente, tiene la capacidad innata de colocarse en el lugar en el que no se le espera. Una vez allí no se tomará la molestia de fingir que ha escogido ese lugar como un acto de rebeldía o como parte de una estrategia artística. Probablemente se limitará a encogerse de hombros y a sugerir que él pasaba por ahí y que si te sorprende el lugar al que ha ido a parar casi seguro que es por culpa tuya.
Cuando se publicó Crónicas muchos se sorprendieron por la falta de sorpresas. Dylan no parecía tan pedante ni tan altivo como se suponía. A ratos hasta parece un tipo normal al que le gusta hacer canciones. Por supuesto, el libro avanza y uno se lleva algunas sorpresas por el camino, como que Dylan despache en dos frases un disco como Blood on the tracks -que nombra sin más como un disco surgido a partir de los cuentos de Chejov- y le dedique un capítulo entero a la grabación de Oh mercy, la primera colaboración de Dylan con Lanois. Un disco muy estimable, pero que sospecho que nadie, ni siquiera Dylan, colocaría en lo más alto de su canon. Aquel libro avanzaba a trompicones, aunque ahí supimos que, también en prosa, Dylan es uno de esos escritores con un ritmo innato que no te deja en paz. Recoge con cierta exhaustividad los primeros años de Dylan en Nueva York, luego da saltos adelante y atrás y acaba por renunciar a cualquier tipo de esquema hasta hacer que el lector se pregunte ¿Quién demonios ha escrito este libro?
A estas alturas de la película ya sabemos que Dylan no se va a dejar atrapar y mucho menos se va a poner él solo la soga al cuello. Es posible que haya dejado de correr, pero le sobran madrigueras en las que esconderse. Este Filosofia de la canción moderna está lleno de ellas.
No es fácil saber qué es este libro en realidad. Está a medio camino entre una enciclopedia, un ensayo, el catálogo de una exposición de fotografías y un libro de cuentos que en algunos momentos me han recordado a la Historia universal de la infamia.
Como casi todo lo que hace Dylan la impresión inicial es de que estamos delante de un mecanismo de lo más simple. Con pocas excepciones, la mecánica consiste en que Dylan escoge una canción y hace una especie de glosa sobre la misma. No se trata de explicar la canción, sino de hacer una especie de interpretación, casi siempre desde el punto de vista del personaje aunque Dylan utiliza una extraña fórmula en segunda persona, como si se dirigiese a un personaje que es al mismo tiempo el protagonista de la historia y el observador de la misma y con el que el lector se siente interpelado de forma muy eficaz.
“Maria Laveau, la reina del vudú de Nueva Orleans, fue la primera de su estirpe que nació emancipada en los Estados Unidos y vivió como mujer libre en la calle St. Ann, a un tiro de piedra del lago Pronchartrain, donde oficiaba ritos y ceremonias en los que explotaba su talento como vidente, mística, sanadora y persona a la que te interesaba conocer si querías echarle una maldición a alguien”.
Filosofía de la canción moderna
Luego hay una segunda parte en la que Dylan habla del autor de la canción, o del cantante que la canta o de cómo era la vida en un momento u otro de los Estados Unidos entre 1950 y hoy. A veces se va a otro sitio. Para hablar de Dont let me be misunderstood Dylan decide que la línea más corta entre dos puntos es una divagación filológica sobre las traducciones de Camús al inglés y un breve apunte biográfico sobre L.L. Zamenhof, fundador del esperanto.
Puede permitirse esa falta de pretensiones porque tiene lo que hay que tener. Alguien que puede con todo jamás fanfarronea. Sube al escenario, ladea la cabeza para oír mejor a la banda, se planta ante el públic y canta… y la gente se transofrma. No por a ropa que lleva o por el licor en su copa, no por la última estrtella a la queb esó o por el coche que conduce. Sino por la canción que canta. Y sin esa canció no tiene nada, y esa es la canció nque canta.
Sobre Perry Como
Filosofía de la canción moderna
- Bob Dylan
- Editorial Anagrama
- Traducción de Miguel Izquierdo
- ISBN 978-84-339-1019-6
- 352 pp
- 2022
- Choice of weapon
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