Hace dos mil cuatrocientos años Sófocles ya había dejado constancia de que al hombre malvado se le conoce en un solo día. Es una frase que siempre plantea dudas acerca de su verdadero sentido. ¿Debemos entenderla en el sentido más cínico, es decir, que un hombre que comete un solo acto de maldad queda marcado para siempre?, ¿o en el más cauto, el que parece indicar el resto de la frase, que continúa diciendo «para conocer al hombre justo hace falta más tiempo»?

Posiblemente esta última es la interpretación correcta. La anterior es, en realidad, una lectura moderna que atribuye cierta ironía a quien nunca se interesó demasiado por ella y que quizás vería como extravagante nuestra fascinación por ese concepto. La interpretación más clásica es también la más amable, la más habitable. La moderna indicaría que el bien es una carrera larga, quizás infinita y quizás también imposible, puesto que en ella participan enemigos inabarcables, como la rutina o esa indiferencia cotidiana y, en más de un sentido, culpable en la que todos habitamos. Si el mal es una acción, pocos seremos malos. Si el bien necesita actualizarse constantemente, pocos pasarán por el ojo de la aguja.

Pero tampoco nos pongamos estupendos.

Física familiar es el último libro de cuentos de Jon Bilbao, un autor que hoy ya se puede considerar como un nombre reconocido de la literatura en Español más reciente. Bilbao empezó a ser reconocido, primero como cuentista, publicando algunos excelentes conjuntos de cuentos. Recientemente ha publicado dos novelas consecutivas Padres hijos y primates (Salto de Página, 2011) y Shakespeare y la ballena Blanca (Tusquets, 2013) y ahora vuelve al cuento con los relatos de Física Familiar (Salto de Página, 2014), donde recoge cuentos que estaban dispersos en

a.-un trabajo anterior —3 relatos (Editorial Nobel,2006)—

b.-distintas antologías

c.-el cajón del propio autor (lo que se conoce en el mundillo —y creo que también fuera de él— como relatos inéditos).

En todos estos cuentos se aprecia la inequívoca marca de la casa. Bilbao es un autor dotado de un imaginario personal y también uno de los autores españoles con mayor capacidad para diseñar una trama. Para no tener que tomarnos el trabajo de probar este último punto vamos a hacer una propuesta menos arriesgada: hay al menos hay un cierto tipo de trama (un cierto tipo de trama al que todo autor ha aspirado en algún momento) que Bilbao maneja con una elegancia particular. En casi todos sus cuentos (también en sus novelas, aunque por razones estructurales de forma menos acusada) se repite la sensación de que estamos delante de una máquina estudiadamente imperfecta; un mecanismo que tiene un defecto moral que pervierte su funcionamiento y da lugar a un movimiento en el que acecha lo maligno.

Bilbao es un autor en el que pesa poco la caracterización de los personajes. Una apuesta arriesgada en un momento en el que la literatura y la narrativa en general, parecen obsesionadas por las caracterizaciones y por la supuesta profundidad psicológica que emana de ellas. No hace mucho, en un curso sobre Bolaño, hablábamos sobre la posibilidad que apunta Kundera de que la novela sea un producto del S XIX. Si recogemos el órdago (y no tenemos por qué) más allá y más acá de la herencia decimonónica quedaría una narrativa diferente, en la que habría que encajar propuestas como el Quijote —nada menos— y también, aunque en un sentido muy diferente, la narrativa de Bilbao. Quizás esto merezca una explicación. En ninguno de los diez cuentos que forman Física familiar se detecta un especial interés por estudiar el espectro de la personalidad de sus protagonistas. En buena parte de los relatos los personajes principales son perfectamente intercambiables. Casi todos ellos están narrados desde una tercera persona imperfecta o pluscuamperfecta que detalla con una prosa desnuda y precisa los acontecimientos que forman la trama. Incluso en los cuentos en los que el narrador está directamente implicado en la historia hay una distancia respecto a los sucesos que casi resulta desconcertante.

Por ejemplo, en «El becerro de lego» la narración corre a cuenta de un personaje que tiene todas las cartas para actuar de forma atormentada. Su mujer ha muerto, su hijo oculta un oscuro secreto, su mundo se acaba de desmoronar de forma espectacular. Aun así, el discurso del personaje se mantiene relativamente frío.

Más que poner en escena el interior de los personajes, Bilbao parece interesado en representar el mundo que ese interior construye, es decir, el fenómeno de la apariencia y de la sociedad que produce ese interior. En la vida los individuos casi nunca se muestran de forma tan descarnada. Casi nunca el comportamiento de los personajes pone en escena su trayectoria vital. Los personajes de Bilbao no ríen, ni lloran. Es muy difícil imaginar un personaje de Bilbao que, en un momento dado, se arranque por bulerías o en un monólogo melodramático. Su universo está poblado de seres que hablan, que se quejan con las palabras justas, que aman con precaución y que se mueven intentando negarle a la vida un componente trágico al que, sin embargo, se ven arrastrados, no sin resistencia.

No hay que confudirse. Los cuentos de Bilbao no tratan de profesores de filosofía que dialogan sobre los intrincados pliegues del concepto del ser. Son más bien individuos que transitan esquivándose a sí mismos y que, de repente, se ven arrastrados por una convulsión repentina en su realidad. Seres que se ven sometidos a los experimentos del autor, individuos que caminan confiando en el firme hasta que, de repente, se ven arrastrados por el movimiento tectónico de la vida que se mueve bajo sus piés.

Licenciado en Humanidades. El que lleva todo esto a nivel de edición, etc. Le puedes echar las culpas de lo que quieras en miguel@enestadocritico.com. Es público y notorio que admite sobornos.
Miguel Carreira López
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