Hambre de realidad

No conocía de nada a David Shields, pero un texto de no-ficción ―colocado, además, en la sección de «crítica y teoría literaria»―  titulado Hambre de realidad sin duda era un buen reclamo. A pesar de ser un escritor bastante prolífico, únicamente me sonaba por ser el coautor de una reciente biografía de J. D. Salinger, pero, ahora, después de Hambre de realidad, creo que le conozco un poco más. A veces se sabe más de un hombre por lo que subraya en los libros que le gustan que por los textos que él mismo escribe y este libro, como detallaremos un poco más adelante, se parece mucho a un «grandes éxitos», a una colección de los fragmentos favoritos de los libros, entrevistas, cartas, declaraciones, etc. que Shields ha ido devorando a lo largo de su vida.

Hambre de realidad es una obra publicada originalmente en 2010 y se trata, como indica la portada, de «un manifiesto». Es decir, que estamos ante un documento que funciona más como un sismógrafo que como un manual de instrucciones. Son 618 párrafos (numerados) que apuntan a una tendencia cultural de lo más interesante: el auge y el interés que, de un tiempo a esta parte, suscita lo documental (el falso documental, el making-off) o la estrategia consistente en incorporar el proceso de creación y la labor de documentación en la propia «novela» ―hola, Javier Cercas―, así como las posibilidades narrativas del ensayo o el recurso al sampleo como una de las metáforas definitivas para hablar del arte contemporáneo. Éstas y otras cosas parecidas que recoge el libro de Shields invitan a pensar desde un nuevo ángulo el estatuto de lo fictivo, de lo literario.

El que esté escrito un tanto aforísticamente contribuye a que la lectura sea realmente rápida. Eso y el interés del «tema» que, como todo manifiesto, contribuye a dibujar pero no a analizar. Es decir, está más o menos claro que la literatura, en un sentido muy lato del término, va por los derroteros que señala Hambre de realidad. Y que eso es algo que también nos permite reevaluar el canon e, incluso, ciertos consensos aparentes acerca del surgimiento de lo literario. De acuerdo, podemos entonces hacernos una idea cabal de qué es lo que pasa, pero, ¿por qué pasa? Ay, eso no lo responde ni éste ni casi ningún libro, bastante tenemos con que acierten con el qué: los porqués siempre pertenecieron a otra división (tal vez la verdaderamente ficticia, por cierto).

Pero que Hambre de realidad ni dé una explicación ni ofrezca siquiera una conjetura en relación con el fenómeno que constata no le resta interés, aunque conviene ajustar las expectativas. Lo digo por las preguntas que aparecen, a modo de reclamo, en la portada de esta edición española: «¿La novela ha muerto?, ¿tiene la realidad derechos de autor?, ¿el arte es robo?». Si el lector busca respuestas, las de David Shields serían, por orden: «prácticamente», «no» y «sí». Con esto nos ahorramos unos euros y unas horas de lectura, ¿no? Obviamente el autor no responde con monosílabos, sino a través de citas y afirmaciones muy sugerentes. Citas y afirmaciones en su mayoría ajenas, todo hay que decirlo, pues Hambre de realidad es, en un sentido estricto, un centón. En este sentido, resulta significativo que la primera cita, ésta sin numerar, sea de Walter Benjamin, «autor» del Libro de los pasajes, una obra de citas ajenas de dimensiones monumentales. Y no, supongo que uno no lee este tipo de libros esperando una colección de respuestas de Trivial, sino que le basta con encontrar otra mente que se hace las mismas preguntas. (Aunque eso no librará al autor de que algún lector, o potencial lector, afirme airado: «este tío es un jeta, si se ha limitado a cortar y pegar trozos de lo que le gusta».)

Toda meditación de cierta hondura ―y no digo que Hambre de realidad lo sea pero la propicia― acerca del estatuto de lo literario, de lo artístico, de lo cultural acaba siendo una especulación acerca del mundo y del hombre, eso que algunos llamaban filosofía. ¿Qué nos pasa, que nos ha pasado, para que lo que nos interesa tenga este rostro?

«El cuerpo se acostumbra a una droga y necesita una dosis más fuerte para alcanzar la misma emoción. En este momento, la ilusión de realidad ―la idea de que algo realmente ocurrió― nos brinda esa emoción. Nos fascina la (aparente) crudeza de algo que parece proceder directo de la fuente, o que al menos no está tan elaborado como un brillante objeto de producción masiva»

Sospecho que nos sigue fascinando una buena historia, una verosímil, qué demonios: una verdadera; pero toneladas de reflexión, de crítica, de discurso y de meta-discurso hacen que a algunos les resulte más difícil disfrutar de planteamientos puramente narrativos, directamente literarios, simples historias con trama y personajes. Conclusión: parece que necesitamos rodeos (ensayísticos, procedimentales) que permitan que lo narrativo penetre en nuestra conciencia como un polizón. Por si fuera poco, la hipertrofia de los medios de producción y reproducción de imágenes ha terminado por conferir a la presunta realidad un carácter absolutamente ficticio y, en ocasiones, fraudulento, grotesco.

«Poco después del 11-S, el Departamento de Defensa contrató a Renny Harlin, escritor y director de La jungla de cristal 2¸ para que imaginara situaciones catastróficas; dicho de otro modo, la ficción fue convocada para que prestara ayuda oficial, reforzara y rescatara la vida real, como si la vida real no fuese de entrada ficción»

Sin duda algo de esto hay e, insisto, me resulta muy interesante. Y llegados a este punto me vuelvo a acordar de Jean Baudrillard, uno de los pensadores más lúcidos de finales del siglo XX-principios del XXI- respecto al que hay que decir, si de lo que se trata es de ponerse rotundo ―como hace Shields en su libro―,  que en lo fundamental tenía razón. Pero esta historia de rodeos, defunciones e interés por lo aparentemente documental-procesual no es toda la verdad y la ficción más pura sigue funcionando. Lo cual quiere decir que, más allá del deleite que por sí misma nos proporciona, también podemos usarla para pensar la presunta realidad. Por ejemplo, Mad Max: furia en la carretera, además de una excelente película, admite una lectura en clave filosófica o, dicho de otro modo, es una codificación muy elemental de la ontología del occidente postmoderno: motivaciones esquemáticas (sexo, poder, lucha por los recursos, una carrera enloquecida a ninguna parte) y ausencia de trama.

Como decíamos al principio, Hambre de realidad no resuelve nada, pero David Shields ha sabido ver dónde está el fuego y eso siempre es de agradecer. Quizá le sobre algo de contundencia cuando se pone deontológico, pero, incluso en esos momentos, conserva cierta gracia. Y, repetimos, la colección de citas emblemáticas que nos deja es considerable. Y eso, como mínimo, es un excelente material de trabajo. No hay excusa.

EnEstadoCrítico
EnEstadoCrítico
Artículos: 45