Hay que salvar a Chesterton. Al menos al Chesterton que a mí me interesa, claro. No al cronista de las aventuras del padre Brown, sino al magistral ensayista y biógrafo. Porque Chesterton es uno de los escritores de ensayo más lúcidos de los tiempos modernos. Y no sé si este hecho cierto está en la mente de todos. Sospecho que no. Y una de las razones de que no sea celebrado en cada café, en cada sobremesa, en cada tertulia (no hablaré, ay, de las aulas) puede que sea el rapto que ha experimentado de un tiempo a esta parte.
En efecto, parece que sólo se puede hablar de Chesterton si se es de derechas. Bueno, lo diré de otro modo: sólo hablan (bien) de Chesterton los conservadores. El hecho de que Chesterton fuese conservador (y católico) quizá ayude, claro. Pero lo esencial, el motivo por el cual estamos hablando hoy aquí de él, es su maestría con el lenguaje, la mezcla de perspicacia en su modo de mirar y de pericia a la hora de escoger y ensamblar palabras. Vamos, que Chesterton está aquí por ser escritor. Y eso es algo que tiene que ver con sus obras, con la calidad de éstas, no con su biografía. Y es muy cierto que en sus textos asoman estas circunstancias, pero, demonios, qué bien lo hace. Así que hay que rescatarle. Muy bien, pero ¿de qué o de quién?
Ray Loriga (alguien de quien nos ocuparemos otro día) tiene un libro que se titula Ya sólo habla de amor. Es una obra que no he leído, pero cuyo rótulo me viene bien para lo que quiero (El hombre que inventó Manhattan sí que lo he leído y es muy bueno). Lo que les comentaba: parafraseando a Loriga podríamos decir de Juan Manuel de Prada que «ya sólo habla de Chesterton». De Prada (también conservador, también católico, una vez también escritor) parece haber ido dimitiendo poco a poco de todo lo que no sea su particular cruzada. Y es una pena, porque creo que se tomaba la literatura muy en serio y juraría que, más allá del reconocimiento oficial que pronto logró, valía para este negocio. Esperemos que, por el bien de la república de las letras, vuelva algún día. Otro que también podía volver era Loriga, pero eso es otro asunto.
Total, que hoy el nombre de Chesterton parece asociado únicamente a la ideología que De Prada defiende con ardor y convencimiento. Y tampoco es eso. Tampoco es eso.
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) tiene excelentes estudios sobre Santo Tomás, San Agustín, Dickens o William Blake. Pero si he de recomendar un libro, uno solo, de la vertiente ensayística de este inglés emblemático ese sería Herejes. Si Herejes no seduce, no convence, no hace, por momentos, que el lector se ponga en pie, no siga. Sencillamente Chesterton no es para usted. Y no pasa nada. Para mí es el libro perfecto. Perfecto en su género, por supuesto. Veinte ensayos en poco más de doscientas páginas (hablo de la excelente versión que publicó Acantilado en 2007) en los que establece la anatomía de la realidad con una lucidez que asusta. Asusta por su actualidad, por lo que nos tiene que decir hoy.
Hay textos con un valor no ya filosófico, sino inequívocamente metafísico como el inicial “Observaciones introductorias sobre la importancia de la ortodoxia”, perlas de crítica de la cultura como la titulada “La mansedumbre de la prensa amarilla”, o el célebre y definitivo texto “Sobre algunos escritores modernos y la institución de la familia”. Se hace difícil, después de leer una pieza como esta última, no sentir rubor ante la fascinación tardomoderna por lo exótico y por la traducción que encuentra en el turismo. No ya una costumbre, sino una organización construida sobre bases frívolas y, en el fondo, absolutamente provincianas. Pero Chesterton lo dice mucho mejor:
Si mañana por la mañana nos encontráramos bloqueados por la nieve en la calle donde vivimos, entraríamos de repente en un mundo mucho más grande y más salvaje que el que siempre hemos conocido. Y todo el esfuerzo de la persona moderna típica tiende a escapar de la calle donde vive. Primero inventa la higiene moderna y se va a Margate. Después inventa la cultura moderna y se va a Florencia. Después inventa el imperialismo moderno y se va a Tombuctú. Viaja a las fronteras fantásticas de la tierra. Finge cazar tigres. Casi monta en camello. Y en todo eso sigue esencialmente huyendo de la calle en que nació, y sobre esa fuga tiene siempre pronta su propia explicación. Dice que huye de su calle porque es aburrida. Miente. En realidad huye de su calle porque es de lejos demasiado excitante. Es excitante porque es exigente; es exigente porque está viva.
Velocidad, precisión y ritmo. Quizá tres de las claves del éxito de la literatura angloamericana contemporánea (que a veces equivale a decir simplemente la literatura contemporánea). Añádanle gracia, porque Chesterton, además, tiene gracia:
Es muy apropiado que un diplomático británico busque la compañía de generales japoneses, si lo que quiere son generales japoneses. Pero si lo que quiere son personas distintas de él, más valdría que se quedara en su casa y hablara de religión con su criada.
Un vicio muy extendido consiste en confundir lo abstruso con lo profundo, o lo afectado con lo valioso. El que un libro, o un autor, sea difícil y presuntuoso quiere decir… que es difícil y presuntuoso. Ello no lo convierte en más significativo ni debe conducirnos a especular sobre la superioridad del intelecto que hay detrás (de hecho debería conducirnos a especular sobre lo contrario). Se puede hablar de lo fundamental con una prosa limpia y directa. Pero hay que saber hacerlo; “La ciencia y los salvajes” es un ejemplo.
También en Herejes aparece la literatura (si se habla de lo importante siempre se acaba hablando de filosofía o de literatura). Ahí están los brillantes pasajes dedicados a Kipling, Bernard Shaw o H. G. Wells. Y el genial ataque a lo que podríamos denominar “literatura social”, “Los novelistas de los barrios pobres y los barrios pobres”. En este libro Chesterton está en estado de gracia, habría que consentirle todo aunque no se estuviera de acuerdo en nada (que desde luego no es mi caso). Porque el consumir —el disfrutar— literatura no consiste en la conformidad o no con una supuesta tesis, sino en saber reconocer el talento a la hora de fabricar algo tan concreto como un texto o un libro. Por eso, por su talento como escritor, hay que salvar a Chesterton. O sea que, bien mirado, Chesterton no necesita que le salve nadie, basta con leerle. Estas líneas son por si acaso (a veces la crítica, como la magia, consiste sólo en eso, en un por si acaso).
por David Sánchez Usanos
- Samuel Becket. El último modernista - 11/10/2024
- El discreto encanto de la subversión - 10/28/2024
- Choice of weapon - 10/25/2024