El título de este libro es en sí peculiar, considerando que empieza con la definición que Menéndez Pelayo y Engels hicieron de los vascos como «pueblo sin historia». Jon Juaristi lo discute, primero directamente, y posteriormente con un volumen de más de 300 páginas, que obviamente no es la Historia General del País Vasco de Julio Caro Baroja, pero que tiene espacio suficiente para profundizar en este pueblo que lo que no hizo de manera generalizada hasta muy recientemente es escribir en su propio idioma.
Yendo más allá, el título es incluso equívoco en otro punto: el autor, necesitado de hacer definiciones sobre la lengua, geografía y nombre de los vascos y su país, y dado que este constituye un pueblo sometido a mitos e intereses, decide usar el nombre de Vasconia para el «país» cuya historia va a resumir como el más correcto de acuerdo al devenir histórico y a la libertad que tal denominación, no usurpada aparentemente por ninguna ideología, disfruta en la actualidad. Con poco éxito, creo, pues resulta forzada la aparición constante de dicho nombre también en su estudio de épocas recientes en las que no se usa como definición alguna.
Jon Juaristi es un vasco de biografía en conversión continua, especialmente en lo político, pero también en lo religioso (pues, sorprendentemente, se ha convertido al judaísmo). Es una figura inevitablemente polémica, denostada desde el nacionalismo vasco especialmente tras su participación en ¡Basta Ya!, y reconocida institucionalmente en los órganos culturales del gobierno central, de los que ha recibido premios literarios y en los que ha ostentado cargos públicos. Tal vez la Historia mínima del País Vasco no sea un libro canónico para conocerle, dado que se inscribe en un formato necesariamente resumido, pero ha resultado así en mi caso.
Juaristi es consciente de que usar un término como Vasconia, sin entrar en más disquisiciones, le enfrenta a gran cantidad de lectores potenciales y originarios del lugar cuya Historia describe. Supongo que busca también un apunte subversivo en el uso de una grafía exclusivamente castellana para nombres propios y topónimos de origen vasco, incluso para el propio nombre del idioma, que menciona como eusquera, a pesar de que euskera figure en el diccionario de la RAE. Pero, aparte de esto, Juaristi utiliza un vocabulario culto y una sintaxis precisa y sencilla, adecuada para el objetivo del libro. Es descriptivo en la medida en que le deja el formato, y no hace política de manera directa sobre el lugar que considera que los vascos puedan merecer en la Historia. Puntúa el relato con ironías, aunque poco frecuentes, y resulta bastante claro en su resumen de algunos episodios (la hidalguía de los vizcaínos, el éxito del modelo foral en el XIX), y en otros se deja sobrepasar por acontecimientos y nombres (los reyes de Navarra) que no aportan demasiado o que podrían haberse resumido mejor en un gráfico. Es coherente que no olvide la Vasconia francesa, aunque por otro lado desaparece casi por completo en los dos últimos siglos.
Historia mínima del País Vasco. Sobre la leyenda
El punto fuerte en cualquier caso es su conciencia de provocación en la desmitificación. En algunos casos puede ser poco traumática (como en la cuestión de la supuesta resistencia vascona a romanos o árabes, o en la hipótesis de origen del idioma más plausible para él), pero en otras resulta al menos discutible por planteamiento insensible (al afirmar por ejemplo que es necesario revisar el tópico de la persecución enconada del eusquera durante el franquismo). También los detalles y su descripción redundan casi siempre en negación de lo vasco como inicio de especificidades que pudieran explicar el porqué también emocional y no sólo histórico-político del nacionalismo, con algún olvido de interés, como las formas supuestamente democráticas que funcionaron (¿o no?) en las elecciones a Juntas de los territorios muchos siglos atrás. Con ello no digo que no existan capítulos dedicados a la cultura, la economía, o la vida práctica. Hablo más bien de un cierto desapego científico hacia gran parte de todo ello, que es lúcido siempre en lo desmitificador pero ausente en cualquier atisbo de contrariedad a esa tesis. No es extraño preguntarse si esta desafección, esta falta de pasión hacia el objeto de estudio, es el resultado de confundir dicho objeto con la ideología dominante en el mismo, o bien resultado de una exigente frialdad científica e historiadora alejada del terreno que estudia. Quedaría discutir a la luz de todo esto también si el libro tiene el valor comunicativo, también pedagógico, que cabe esperar en un volumen de Historia para un gran público.
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