Mentiras aceptadas

La editorial Siruela tuvo la amabilidad de invitarnos a un coloquio entre José María Guelbenzu y la prensa digital dedicada a esto que en algún momento se llamó «la cultura» y que ahora no sabemos muy bien en qué consiste. Lo que sigue son algunas notas procedentes de aquel encuentro. Pero en este punto, y por poner todas las cartas sobre la mesa, quizá convenga aclarar que a mí el señor Guelbenzu me cae estupendamente. Tal vez porque se trata de un tipo inteligente, educado y con un sentido del humor un punto anglosajón que me resulta muy grato. Tres cosas ―inteligencia, educación y gracia― que no suelen coincidir en mucha gente (iba a decir que sobre todo no suelen coincidir en los escritores, pero me contengo).

Este libro es una de las apuestas fuertes de Siruela para este curso, así lo prueba tanto su fecha de lanzamiento como la intensa promoción que están acometiendo. Esta misma editorial también publicó en 2011 la última novela no-negra de Guelbenzu, El amor verdadero. Es algo de agradecer, pues se trata de un autor al que le importa la literatura y se entrega a ella con rigor. Su forma de describir, por ejemplo, obliga al lector a relacionarse con un tempo que poco tiene que ver con la celeridad y la fragmentación contemporáneas. A ratos me recuerda a Faulkner, a ratos a Benet, dos autores que, a su manera, juraría que siempre tiene muy presentes. Vamos, que Guelbenzu va en serio y nos parece estupendo que haya sellos dispuestos a sufragar su proyecto literario.

Mentiras aceptadas es una novela contemporánea. Esto debería ser un pleonasmo, pero hay quien decide escribir novelas sobre la Guerra Civil, los Reyes Católicos, nuestro glorioso Dos de Mayo o el Indostán. A mí me gustan más los que se atreven a contar su propio tiempo sin rodeos. Cuestión de credibilidad, supongo. La España de 2005, con sus banqueros, sus constructores y su farándula es el ecosistema donde Guelbenzu sitúa la acción.

El autor afirma que esto no es una «novela social» o una obra en la que prevalezca la denuncia sobre las intenciones puramente narrativas: «La corrupción no me interesa ni como fenómeno social». A Guelbenzu le preocupa el ser humano en toda su complejidad, las relaciones personales, las mil caras del amor, la lealtad o la traición. Y estas cosas sólo se pueden sondear con precisión en un ambiente verosímil. Una atmósfera envilecida como la de esa España ―también, ay, la de esta España― le traía sin cuidado a demasiada gente, también al protagonista de Mentiras aceptadas. La cosa cambia cuando aparece el futuro en forma de hijo al que criar. Entonces la ausencia de crítica y la aquiescencia se resquebrajan. Y ahí empieza siempre lo interesante. Al decir de nuestro autor, lo decisivo es cómo afecta el territorio económico y social a lo personal y emocional, a las tramas que se crean.

A lo largo de estas páginas desfilan una serie de personajes que Guelbenzu ha pretendido contradictorios, por aquello de que resulten más fidedignos. Todos salvo uno, un tipo de una pieza, un escritor de novela negra, un zoquete: «He aprovechado para vengarme de los escritores de novela negra, que viven peligrosamente… en el bar de abajo». Más allá de este desquite ―quizá necesario en estos tiempos de superpoblación de aprendices de criminólogo y apologetas de lo ensangrentado―, nuestro autor insiste en lo tradicional de su novela: «El lector español, en el fondo, es bastante realista. Como la literatura española, por otra parte».

A Guelbenzu, como a todos los que han entendido de qué va este juego, le motiva escarbar en la aparente calma cotidiana y asomarse al estercolero que suele haber bajo el jardín. Cita Terciopelo azul de David Lynch, insiste en la necesaria distancia que ha de existir para que una novela funcione y confiesa que le interesan más los libros que se hacen preguntas que los que ofrecen respuestas. En Mentiras aceptadas el asunto central acerca del que indagar parece que vuelve a ser el amor, pero esta vez en su versión de vínculo paterno-filial, con toda su fuerza, con toda su ambivalencia. La cosa promete.

por David Sánchez Usanos

Se divierte en clase. Literatura, filosofía, r’n’r. Trata de tomárselo con deportividad.

Un niño, un libro, una moto.

https://youtu.be/nhbSYP8cyD8
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