La editorial Alpha Decay nos ofrece, dentro de su colección Alpha Mini, la traducción de Je pars d’un point et je vais le plus loin possible (Parto de un punto y voy lo más lejos posible): una serie de tres entrevistas de John Coltrane con el periodista especializado en jazz Michel Delorme junto con una carta que Coltrane escribió al director de la revista Down Beat Don DeMichael. 

Se trata de un material fechado entre 1962 y 1965. En aquel momento Coltrane ya no era un talentoso miembro del grupo al servicio de Miles Davis o Thelonius Monk, sino una estrella de fama mundial con capacidad para elegir a su propia banda y ser el protagonista absoluto de sus discos. Quizá el fabuloso Blue train de 1957 fue el principio de todo aquello. Otro jalón decisivo —sobre el que, además, pivota la última de las entrevistas— es A Love Supreme (1964), para muchos su obra definitiva. Un disco dedicado, literalmente, a la gloria de Dios. Curiosamente, en paralelo al redescubrimiento de la fe, su música se fue alejando más y más de patrones convencionales —o siquiera reconocibles— y se volvió indomable. Meditations, grabado en 1966, o Interstellar Spaces (1967) son dos buenas muestras de este Coltrane sin bridas. 

Estas entrevistas nos transmiten parte del aura del músico. Casi podemos oír su voz, sus pausas, su tranquila cadencia, la aparente serenidad con la que responde. Digo «aparente» porque alguien que produce obras como las dos últimas mencionadas no está en paz consigo mismo. O, tal vez, para estar en paz necesita precisamente librarse de sus demonios y enjaularlos en la saturación de esos discos. Las Conversaciones con John Coltrane nos hablan de un explorador dedicado y metódico. Un tipo elegante que concibe el saxofón como una brújula que le ayuda a transitar territorios desconocidos pero que se siente obligado a recorrer. O tal vez como un machete con el que desbrozar el camino que por momentos devora la maleza.  

«Coltrane contempla ese viaje a lo desconocido como un descenso y no como una caída. No avanza nunca a ciegas, sino sólo cuando ha localizado la dificultad, cuando ha evaluado el riesgo, es decir, una vez asegurada la presa»  

Más que la del cazador, a mí me interesa le metáfora del buceo. Ese descenso a pulmón libre que requiere una preparación y un conocimiento milimétrico del límite, el propio y el del abismo que conquistar. Un lance cuyo peligro no se desvanece al haber llegado a la máxima profundidad, sino que perdura hasta el instante mismo en que se besa de nuevo la superficie. Coltrane sentía que tenía una misión, una tarea que realizar. Un deber respecto a la música, a su avance y a la expansión de sus confines. Había que explotar por completo las posibilidades de esa toxina llamada jazz. Esa sensación de tarea le permitía mantener una distancia, un criterio, desde el que juzgarse a sí mismo y a sus compañeros de armas. En estos textos descubrimos a un hombre sencillo y modesto, que dedica los mayores elogios siempre a otros músicos a los que considera más innovadores o que simplemente han llegado más lejos. No hay rastro de autocomplacencia, Coltrane se exige continuamente a sí mismo dar el máximo (un régimen, una orientación, a la que se sometió en otros órdenes de su vida: del alcohol y la heroína a la fruta y la experiencia de lo divino: siempre hasta el final) y, en las raras ocasiones en las que admite haberlo conseguido (como tras aquella mágica noche en el Olympia), muestra una felicidad beatífica. 

my favourite things

Coltrane aparece como alguien que sabe que le ha sido concedido un don, que ha entendido que la música es un conjunto de fuerzas que merece ser respetado y estudiado y que confiesa que su más alta meta sería parecerse a un hechicero o a un mago: 

«Quisiera aportar a la gente algo que se parece a la felicidad. Me gustaría descubrir un procedimiento tal que sólo deseando que lloviera, se pusiera enseguida a llover. Si uno de mis amigos se pusiera enfermo, yo tocaría cierta melodía y se curaría; si se arruinara yo interpretaría otra canción e inmediatamente recibiría todo el dinero que necesitara» 

En la carta que cierra estas Conversaciones con John Coltrane nuestro protagonista confirma una vez más que entiende el jazz como una labor solitaria, ascética, en la que no cabe lamentarse por la ausencia de algo así como una generación ni porque no exista una institución externa que lo justifique. Su única razón de ser —su única obligación— consiste en ser fiel a la verdad. La difusión de esta extraña música ha de obedecer a alguna razón de índole física o metafísica —desde luego más animal y natural que convencional— y ello está relacionado con el empuje y el entusiasmo de quienes la profesan. 

La publicación en castellano de estos textos es un acierto absoluto, pues Coltrane era alguien con mucho que decir también cuando se bajaba del escenario. Quizá esto invite a que algún editor se anime a traducir la fabulosa compilación de entrevistas Coltrane on Coltrane que, al cuidado de Chris DeVito, Chicago Review Press publicó hace dos años. Mientras tanto, Alpha Decay se ha adelantado al resto y nos permite disfrutar de esta dosis que oportunamente nos suministra. 

My favorite things. Conversaciones con John Coltrane 

John Coltrane, Michel Delorme (ed.) 

Alpha Decay 

ISBN: 978-84-92837-50-2 

2012 

108 páginas 

Se divierte en clase. Literatura, filosofía, r’n’r. Trata de tomárselo con deportividad.

Un niño, un libro, una moto.

https://youtu.be/nhbSYP8cyD8
David Sánchez Usanos
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