No pregunten por Gagarin

Si hablamos del libro limitándonos al objeto, a la edición, no hay casi nada en No pregunten por Gagarin que no inspire humildad, pero también cierta ambición artesana. Es un volumen pequeño, de poco más de ciento cuarenta páginas. La portada en colores planos persigue una forma de modernidad que, en conjunto, le queda un poco lejos. Sin embargo, no es fea la portada. Hay detalles cuidados y afán de originalidad. Despierta simpatía sin condescendencia.

Luego, al coger el libro, las páginas se doblan, se pliegan con su propio peso, que no es mucho. No hay casi nada en el libro que no despierte cierta simpatía y nada que descarte la humildad. Pero creo que nada anticipa la portentosa ambición que esconden las páginas. Al margen de la calidad que cada cual le quiera reconocer, al margen de los gustos, al margen de opiniones, creo que se puede decir, objetivamente y sin exagerar, que No pregunten por Gagarin es una de los libros de relatos más ambiciosos que se han escrito en español en los últimos años. Y eso es mucho. Muchísimo.

Igual que en los cuentos Bolañescos, los cuentos de No pregunten están construidos a partir de la acción constante. Cada cuento es una sucesión de acontecimientos, no necesariamente frenética, pero siempre constante. Todo avanza con una constancia que hace resonar el destino. En No pregunten por Gagarin no hay descripción, ni localización. No se puede reconstruir Dublín a partir de ellos, pero es que tampoco parece factible reconstruir cualquier habitación o algún paisaje de los que aparecen en el relato. Mientras leemos avanzamos por un pasillo. A los lados, el paisaje no existe. Quizás no sea casual que más de uno de estos cuentos estén ambientados en terrenos yermos, ni que algunos de estos cuentos del desierto, y también algún otro, tengan como fondo el tema del vacío, un fantasma que, de forma más o menos explícita, parece acechar en cada página, aunque evitando la megalomanía metafísica del concepto, que a estas alturas ya resulta un poco rococó.

Entre estos espacios sin mundo, en los que se han desactivado los vectores del cosmos (el primero, claro, el propio espacio) para invocar el caos, los personajes no resultan mucho más tangibles. No se trata aquí de realizar retratos psicológicos profundos. Pocos de estos relatos muestran un auténtico interés por las almas de sus personajes, con la excepción de “Bebito Ramírez y los campeones del mundo” y, curiosamente, de “Elmo” que, por supuesto, explora la vida de la marioneta de un popular programa de televisión.

Lo que interesa de estos cuentos no es tanto la psicología de los personajes como la de la especie. Aunque está muy lejos de la caricatura, los personajes están construidos a hachazos, con los tajos rápidos de la acción constante.

No sé si Robles Lucena conoce los cuentos de George Saunders. Hay momentos en los que parece que sí, pero es que hay momentos en los que uno tiene la impresión de que Robles Lucena ha leído todos los libros del mundo. Esa sensación por cierto, yo sólo la he tenido con los libros buenos de verdad. En todo caso, algunos de los cuentos de este No pregunten por Gagarin recuerdan a los relatos del genial escritor norteamericano. Imagino, por proximidad cultural, que Robles Lucena sí ha leído a Borges y a Bolaño. Probablemente también a Monterroso. Es seguro que a Kafka.

En términos generales da la impresión de que bajo estos cuentos late una lectura muy atenta de la literatura hispanoamericana, especialmente de la literatura hispanoamericana de los autores que vinieron después del boom.

Pero esa ambición tremenda de No pregunten por Gagarin no le viene de las lecturas. Ojalá fuese así, porque entonces podríamos decir que se puede acceder a la escritura mediante el estudio y que uno se convierte en escritor igual que se puede convertir en registrador de la propiedad. También importa el talento claro, pero esto es de Perogrullo. Aquí hablamos de un tipo concreto de talento, de la ambición como clarividencia.

Se rastrea la historia de la literatura, de la narración en general, desde el cine («Vigencia de los autocines en el estado de Texas») hasta la televisión («Elmo»), las sagas épicas («El caballero de las veredas», que imita aquellos añorados libros de Elige tu propia aventura), el periodismo («Bebito Ramírez y los campeones del mundo») o el arte («El comisario en Kibera»). Se rastrea el movimiento de la humanidad escudriñando sus relaciones con la economía o con la tecnología, culminando en los inquietantes puntos suspensivos que marcan el espléndido relato final.

No pregunten por Gagarin es, simplemente, un libro importante. Mucha atención. Es fácil dejarse engañar, a primera vista, por su aparente humildad. Estamos hablando de un libro de relatos que ocupa un espacio propio dentro del sistema literario, un libro importante de verdad. Tanto que no se me ocurren ahora mismo más de tres o cuatro libros de relatos escritos en España en los últimos cinco años que estén a la altura de lo que tenemos entre manos.

por Miguel Carreira

Licenciado en Humanidades. El que lleva todo esto a nivel de edición, etc. Le puedes echar las culpas de lo que quieras en miguel@enestadocritico.com. Es público y notorio que admite sobornos.
Miguel Carreira López
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