“Haz lo que temes y el temor desaparecerá”.
Krishnamurti
En Tan fuerte, tan cerca, Joanathan Safran Foer compuso una particular odisea por los mares de la pérdida y el terror desde la óptica de un niño de nueve años, Oskar Schell. Esta mirada, a ratos ingenua y a ratos genial, supondría la piedra de fundación de otras novelas que tratarían los atentados del 11 de septiembre de 2001. Lo interesante de la obra de Safran Foer no era el asunto de los aviones y las torres (si bien era el principio de todo), sino percibir que la entrada en el siglo XXI con un acontecimiento de tales proporciones tenía como punto de partida (y de inflexión, por lo que tiene de nuevo) el desarrollo, crecimiento y madurez de los niños estadounidenses que se educarían bajo ese escenario de alerta permanente.
Sería como un Hombre del Saco que se mantuviera expectante para asaltar sobre su víctima y arrastrarla hacia las más temibles pesadillas.
Unamuno, en Recuerdos de niñez y mocedad,ya nos avisaba que: “el primer principio sobrenatural que en nuestra conciencia arraigó fue, pues, un principio malo, tenebroso y amenazador, cuya aparición recuerda el timor fecit deos de Estacio. Más tarde el cuarto oscuro se convirtió en el infierno, y del Coco surgieron el demonio y Dios”.
Entiéndase esto como una nueva concepción del mundo en el imaginario estadounidense, la Génesis de una generación que se sabe al descubierto, frágil y cuyo mundo se puede desintegrar por primera vez por la acción de fuerzas enemigas que proceden del exterior (algo que ni los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial ni los rusos en la Guerra Fría lograron ejecutar, obviando el paréntesis de Pearl Harbor que sucedió demasiado lejos como para que el sentimiento de seguridad estadounidense se viera amenazado).
Esta reflexión sobre el terror no es gratuita en la novela que nos trae hoy aquí, por la sencilla razón de que Mathilda Savitch, la protagonista de Un mundo para Mathilda (señalar que el título original en inglés es Mathilda Savitch y que el título en castellano no es, desde mi punto de vista, muy afortunado), vive día a día bajo el lema PERMANECE ALERTA. PERMANECE A SALVO que se encuentra en toda la escuela pintado en letras rojas.
Pero la novela de Victor Lodato no habla sólo de 11-S (ya dijimos que sólo es el principio para esa nueva generación), sino que es el viaje a la madurez de una niña de trece años con una visión extraordinaria de lo que le rodea (es clarividente porque mira la realidad sin la venda del terror que suele cubrir los ojos de la mayoría de la gente; y el terror y la ceguera es algo aprendido y aprehendido durante nuestra pérdida de la inocencia).
Se podría decir que Mathilda “no tiene pelos en la lengua”, pero sería un error. Esta expresión suele tener un matiz no muy positivo por lo que tiene de intromisión hacia el prójimo. No es exactamente eso. Más bien Mathilda ve la realidad con otros ojos y lo expresa con naturalidad, arrastrada por una percepción novedosa por cuanto la verdad, como los diamantes, tiene multitud de caras y la cuestión es verlas todas, o bien las partes más sorprendentes y nunca vistas. Y tampoco es correcto decir “no tiene pelos en la lengua” porque Mathilda “se muerde la lengua”, se calla, analiza y lo expresa todo en sus pensamientos, en su mundo interior.
Mentiría si no dijera que me he enamorado de Mathilda Savitch. Es uno de los personajes más hermosos que me he encontrado en literatura, y me pregunto cómo será la Mathilda adulta, cómo sentirá y verá el mundo cuando pasen los años. Y me gusta pensar que esa inventiva y genialidad para buscar metáforas de lo cotidiano y hacer de ellas expresiones sublimes de la existencia, jamás lo perderá. Que seguirá siendo así, que seguirá siendo tan auténtica y con tanta personalidad como es la Mathilda de trece años.
Hay tan poca imaginación en el mundo. Una persona como yo básicamente está sola. Si quiero vivir en el mismo mundo que los demás, tengo que hacer un esfuerzo especial.
Y es que Mathilda es muy diferente a todos los chicos y chicas de su edad. Es un torbellino de imágenes lo que sacude su cabeza, analizando los gestos, las palabras, las cosas, mezclando conceptos y volviéndolos a construir, jugando con el lenguaje y con las imágenes como un montador de cine que tuviera licencia para hacer lo que le viniera en gana y le importara un bledo cómo se vería su obra si se proyectara en una pantalla.
Al fin y al cabo, ¿qué es la vida, sino percepción? Y, si le sumamos a esto el sentimiento que nos provoca lo percibido, veremos que ambos conceptos pueden retroalimentarse hasta crear un mundo propio tan particular como extraño.
Y es aquí cuando se produce ese “mundo diferente” de Mathilda, como si se dejara caer por el hueco de un árbol y se perdiera por el País de las Maravillas de lo onírico, con la salvedad de que Mathilda está despierta y los protagonistas no son conejos, ni gatos, ni reinas de corazones. Lo que le rodea es real, sus padres, sus amigos, el recuerdo de su hermana muerta.
Mathilda, podríamos decir, es tan particular porque viene de serie (nació con esas cualidades diferenciadoras), pero quizás hay un hecho fundamental que magnifica su mundo interior: la muerte de Helene Savitch, su hermana de dieciséis años, arrollada por un tren.
Cuando comienza la novela, va a cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento, y Mathilda se adentra en la pubertad con una sensación de vacío que la succiona (llámese el rebufo de la pérdida de su hermana, quizás una metáfora del vacío de esas torres del Wall Trade Center) hacia un mundo alternativo que cuestiona las propias posibilidades de lo que sucede a su alrededor, la apatía y depresión de sus padres, la inmadurez de sus amigos de la escuela, la vida truncada de su hermana Helene, los secretos ocultos de ésta en lo concerniente a su vida sexual.
Mathilda seguirá los rastros dejados por Helene, buscará comprender el porqué de su muerte, y en ese viaje (un viaje hacia dentro como en una huida de la realidad) irá conociéndose y comprendiendo el caos que la rodea, el sinsentido de la vida. Y la única forma de paliar los temores (la sensación de que todo se puede desintegrar en cualquier momento) es enfrentarse a ellos.
Es una novela de aprendizaje, pero es el lector el que aprende con Mathilda.
Hay libros que emocionan y te dejan el corazón en un puño. Hay libros que, cuando los terminas, te envuelven en un manto de abandono y tristeza (aunque sepas que nunca te van a abandonar). Suelo nombrar tres títulos de novelas que me han dejado con ese sentimiento, que me han hecho llorar cuando he llegado a la última página: 1984, de Orwell; Los detectives salvajes, de Bolaño; y En la frontera, de McCarthy. A partir de ahora, añadiré éste de Victor Lodato: Un mundo para Mathilda.
Quiero ser mala. ¿Por qué no? Mi vida es aburridísima. Es de noche. Todavía es temprano para acostarse y ellos dos leyendo, moviendo los ojos como la luz interior de una fotocopiadora. Hoy, cuando metía los platos en el lavavajillas, he roto uno. He dicho lo siento mamá me ha resbalado. Pero no me había resbalado, soy así a veces, y quiero ser peor.
Un Mundo para Mathilda
- Un mundo para Mathilda
- Victor Lodato
- Ediciones Duomo
- 320 pp
- ISBN: 9788492723669
Un mundo para Mathilda en la página de la editorial Duomo
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