Zeroville: Ascesis y epifanía cyberpunk.

A veces parece que todo el mundo anda buscando al nuevo Pynchon o al nuevo Don DeLillo, como si estos dos escritores fuesen homologables, más allá de ser norteamericanos, no practicar la escritura de género y tener cierta ambición literaria que les impulsa a tratar de atrapar el tiempo —su forma o su desquicie— entre sus páginas, a plantear con sus textos preguntas que van más allá del entretenimiento. El caso es que, de cuando en cuando, se nos anuncia algún nuevo autor importado con el marchamo de «el nuevo…». No sé si alguien lo ha hecho a propósito de Steve Erickson, pero cumple todos los requisitos. Todavía no he leído nada más aparte de este Zeroville, pero el entusiasmo que me ha producido este libro me lleva a afirmar, a gritos, que tal vez Steve Erickson sea ese hombre.

En Zeroville confluyen de manera armónica forma y contenido; la novela cuenta el zigzagueante paso por Los Ángeles de un personaje llamado Vikar, que lleva tatuada en el cráneo una famosa escena de Montgomery Clift y Elizabeth Taylor en Un lugar en el sol. Se trata de un tipo con muchos problemas para interpretar las situaciones sociales, algo a lo que contribuye una infancia marcada por la represión y un padre ciertamente disfuncional. Vikar sabe mucho más de cine que de la vida, de hecho percibe la vida en clave cinematográfica, procesa la realidad integrándola en diálogos, tiros de cámara, encuadres, planos-secuencia y con ese peculiar equipamiento desembarca en Los Ángeles en 1969. No se sabe bien qué demonios busca, pero no dejan de sucederle cosas mientras es testigo de cómo el mundo estuvo a punto de cambiar para siempre y cómo, en lugar de eso, terminó claudicando frente a la cultura de consumo.

La utopía de los sesenta se ensombrece, los rostros se vuelven expresionistas y la banda sonora es cada vez más siniestra. Mientras tanto nuestro protagonista va descubriendo el amor, el sexo, la ternura y, sorprendentemente, va esquivando la tragedia. Vikar podría ser una variante postmoderna del joven Werther de Goethe —lo que los idealistas alemanes denominaron «un alma bella» y que alude a una integridad estético-moral que altera la relación con la realidad—, una especie de asceta, un místico con una estética sacada de una canción after-punk de Killing Joke, un fervoroso devoto del cine no ya como religión única, sino como realidad suprema, como ese horizonte buscado por los surrealistas durante el tiempo que lo fueron.

«Todas las películas de Los Ángeles son la misma película, piensa Vikar por la noche mientras montado en el autobús se adentra en la ciudad que cogió el rumbo equivocado, donde no hay amor sino mera obsesión, en la cual los amantes dejarían de lado el amor si acaso tuvieran elección»

El libro no está dividido en capítulos, sino en escenas, en fragmentos numerados cuya longitud va desde el mero espacio en blanco a las tres palabras o los cinco párrafos, un recurso que no molesta en absoluto, que le imprime una velocidad adictiva y que, con el final, se desvela como una fórmula magistral que ilumina retrospectivamente toda la novela, la saca del tiempo y la convierte en una especie de templo inmaterial en cuyo centro está el altar sacrificial pero también la fuerza redentora. No es una novela que deba leerse por la forma en la que está organizada, ni por el hecho de contener excelentes reseñas de películas clásicas, ni por rescatar algunas de las mejores líneas de diálogo que ha dado Hollywood, ni por ofrecer destellos teóricos acerca de John Ford, Howard Hawks o la misma industria del cine tan agudos como salvajes y ponerlos en boca de asaltantes de casas, de estrellas pseudorretiradas o de directores tan carismáticos como deliberadamente minoritarios y autodestructivos. Hay que leer Zeroville porque a partir del cine como fenómeno, a partir de esa hoguera mágica en torno a la cual danza lo mejor y lo peor del género humano, se nos habla de lo fundamental, del espacio y del tiempo, del amor y de la muerte, de lo sagrado y de lo mezquino, de cómo también en una modernidad cínica y cansada de sí misma puede tener sentido la búsqueda del éter, de la música de las esferas y de la misma proporción áurea.

(Zeroville es tan buena que me da algo de miedo leer más cosas de Steve Erickson, no sea que estemos ante su Pulp Fiction particular. Evidentemente me arriesgaré, claro. ¿Es Pálido Fuego una de las editoriales con más mojo del panorama nacional? Desde luego ahí dentro hay alguien con olfato.)


Zeroville

  • Steve Erickson
  • Editorial Pálido Fuego
  • Traduccción de José Luis Amores
  • 332 pp
  • ISBN:  978-84-943655-3-9

Zeroville en la página de la editorial

Se divierte en clase. Literatura, filosofía, r’n’r. Trata de tomárselo con deportividad.

Un niño, un libro, una moto.

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David Sánchez Usanos
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