No siempre se tira la puerta abajo a la primera. Pero, una vez que salta el cierre y se cruza el umbral, no hay marcha atrás. Tras dos golpes muy meritorios, Wagonwheel blues (2008) y Slave Ambient (2011), The War on Drugs, a la tercera, han irrumpido en tromba en la morada del rock and roll con Lost in the dream (2014). No sabemos durante cuánto tiempo estarán allí ni qué significa hoy exactamente eso de «rock and roll». En su época dorada no era un género más, era la expresión cultural más popular entre los jóvenes y los adolescentes de toda edad y condición (o sea, entre los sentimentales, los inadaptados, los soñadores y algún que otro cínico). El rock and roll era Shangri-La, el paraíso en la tierra, el palacio donde no existía la vejez, ni el trabajo ni el tedio, la religión de los presuntamente laicos. Hoy las cosas ya no son así, la música es un compartimento más dentro de la amplia industria del entretenimiento, el público se ha fragmentado y a lo mejor el rock and roll ya no es un palacio sino la sala de espera de un hospital. Pero el caso es que The War on Drugs han entrado.
En esta banda de Filadelfia es Adam Granduciel quien lleva el peso del asunto: canta, compone, produce (magníficamente) y toca multitud de instrumentos. Juraría que en ninguna de las diez canciones de Lost in the dream se repite la misma formación musical y, a pesar de ello, el disco suena coherente y compacto. Aire de Dylan es el título de una novela de Vila-Matas ―o sea, es el título de una novela que no es una novela, pero ése es otro asunto― que tomo prestado para decir que los dos primeros discos de The War on Drugs tenían, ciertamente, un aire de Dylan; algo que resulta muy notorio en la canción que abría su debut («Arms like bolders») o en «Brothers» (ya de Slave Ambient). Esto no es ningún demérito, por supuesto. De hecho son dos discos excelentes. Además, Bob Dylan cambió la historia de la música para siempre y es una figura inevitable para todo aquel que quiera entender la cultura de la segunda mitad del siglo XX. The War on Drugs combinaban esa herencia dylanesca con lo que de un tiempo a esta parte se denomina «americana», con el sonido de los inevitables años noventa y con un puntito atmosférico-electrónico aquí y allá. Buena receta, vive Dios.
Lost in the dream se sigue moviendo en las mismas coordenadas, pero con una voz propia que se impone a esas influencias. Ahora The War on Drugs se desenvuelven con soltura en un terreno que ellos mismos han creado, como un tigre en sus dominios. Y nadie puede acusarles de falta de valor, ¿cómo se puede abrir un disco en 2014 con una canción de casi nueve minutos? Pues ahí está «Under the pressure», un magnífico tema que nos avisa de que aquí estamos ante otra cosa: la electricidad, la mística, el rock, el espacio. A continuación aparece «Red eyes» y uno ya tiene que dejar de hacer lo que estuviese haciendo y decir: «esto va en serio». «The War on Drugs-Lost in the dream», vaya combinación, eso no es la referencia de un catálogo, es todo un epigrama. Lost in the dream está a la altura de su propio título y logra algo muy complicado: que el disco suene absolutamente orgánico, de una pieza y, a la vez, que cada canción tenga su sello. Todo fluye y, a pesar de la mencionada variedad de músicos e instrumentos, todo está en su lugar y en la proporción adecuada.
Hay una colección de poemas de Charles Bukowski llamada Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso la ruta, pues bien, yo creo que, con Lost in the dream, The War on Drugs lo han encontrado. El amor, la pureza, el viaje, la serenidad. Eso.
A pesar de lo dicho, podríamos seguir hablando de influencias y, en ese sentido, este disco no me hace pensar tanto en Dylan cuanto en los Byrds y su manera de entender la psicodelia, el folk y el country. Y también me acuerdo de Gram Parsons, claro. A ratos creo que lo sabía todo, que lo había visto todo y que, si su alma no estuviese flotando en la noche inmensa del desierto, le habría llamado la atención este disco. Pongámoslo de forma aritmética entonces: The War on Drugs = Gram Parsons + Arcade Fire.
Podría enumerar la retahíla de canciones del disco (qué buena es «Eyes to the wind», por favor: hay piano, guitarras, armónica, saxo… y nostalgia, recitación, desasimiento y aquel deseo de ser piel roja de Kafka), pero me quedaré con un solo momento mágico: el que se produce con «Burning», la antepenúltima canción del disco. La clave está en la que viene antes, «The haunting idle», una pieza completamente instrumental que deja a quien la escucha en un estado de serenidad que permite que «Burning» entre al galope (qué sintetizadores) sin encontrar ninguna resistencia. Madre mía: sí, claro que sí.
El álbum se cierra como empezó, con un tema elegante y de largo recorrido, «In reverse», un canto que parece provenir de lo alto de un acantilado, una melodía que va entrando poco a poco, unos versos que se sitúan más allá del tiempo y que termina con las notas de un piano fundiéndose con las guitarras y retirándose lentamente como la marea en reflujo, casi ocho minutos que no sólo no se hacen largos sino que saben a poco. Y es que ésa es la sensación que queda cuando acaba el disco: diez canciones que dejan con ganas de más.Si uno quiere hablar de Lost in the dream es inevitable recurrir a lo místico ―tómese esto como una advertencia para quien no se encuentre en ese estado mental, o para quien, directamente, no tenga ese temperamento: «fiesta» no rima con The War on drugs― y, en principio, la mística alude a una relación entre el hombre y aquello que le trasciende, lo que la convierte, por tanto, en un ejercicio, en una práctica, más individual que social. En consecuencia, la mística no parece orientada a fundar ninguna iglesia ni a buscar fieles, pero, tal vez sí, compañeros de viaje. Sea lo que fuere lo que buscan, a mí me han ganado, The War on drugs me han ganado. Siderales.
por David Sánchez Usanos
- Samuel Becket. El último modernista - 11/10/2024
- El discreto encanto de la subversión - 10/28/2024
- Choice of weapon - 10/25/2024