Anochece en la ciudad sin nombre
En el continente del rock and roll existe una extraña isla, a lo mejor una isla imposible, una isla en cualquier caso rodeada de niebla, donde la selva convive con las ruinas de antiguos templos y cuyas coordenadas son el desamor, el sueño, la locura y las mil variantes de la muerte. Para orientarse por allí no hay mapa que valga, sólo sirve la lucidez, el instinto y, por extraño que parezca, la fe. Esa isla tiene un monarca indiscutible, un rey que lleva tiempo sin dejarse ver con todo su esplendor pero cuyas victorias pasadas aún le mantienen en el trono: Nick Cave. Pero una isla así también necesita, más que su loco, pues todos en cierta medida lo están, su excéntrico oficial, ese tipo que vaga libre, vive al margen de la ley y dice siempre lo que le viene en gana, alguien de quien nadie se atreve a hablar mal, un viejo harapiento que parece salido de un relato de William Burroughs y que, cuando da con la tecla, sabe mezclar como pocos el delirio con la dulzura: Tom Waits.
Pues bien, de un tiempo a esta parte esa isla también tiene algo parecido a un duque, un personaje que ha ido ascendiendo peldaños en este extraño culto, alguien que aguarda su momento para convertirse en vigilante, en sacerdote, en rey del bosque. Ese tipo lleva un cuchillo y se llama Mark Lanegan.
Para muchos la cima creativa de Mark Lanegan estará siempre en lo que hizo en Screaming Trees¸ uno de esos grupos que pueden asociarse a la etiqueta «grunge» y que, con el paso de los años, nos demuestran cuán creativos fueron los años noventa. Otros consideran su punto álgido su segundo disco en solitario, publicado cuando aún existía la mencionada banda: Whiskey for the Holy Ghost (1994). Pero Mark Lanegan se niega a vivir de las rentas, de hecho, no para y colabora en mil y un proyectos. Quien quiera hacerse una idea de su trabajo a lo largo de estos años está de suerte, pues recientemente se publicó un recopilatorio de su etapa en solitario que abarca desde el año 1989 hasta 2011: Has God Seen My Shadow? – An Anthology.
Sus seguidores más puristas andan despistados con tanta proliferación y, sobre todo, con sus devaneos o incursiones en la electrónica. A mí esto último no me supone ningún problema, diría que al contrario. Hay que aclarar que, en su trayectoria en solitario, la cosa se limita a una base aquí y allá, algo que ya sucedió en su estupendo Blues funeral (2012) o en la bella colaboración con Moby, «The lonely night» (2013). Con el lanzamiento que aquí nos ocupa, el LP Phantom Radio y el EP No bells on Sunday, casi puede decirse oficialmente que Mark Lanegan se ha «nickcaveizado»: su voz es más grave, se aproxima al recitado y parece encontrarse en su elemento en esa atmósfera honda y tétrica tan característica del australiano que, por lo demás, es en la que se mueven sus dos últimos discos.
Estamos ante un álbum que, ante todo, crea un ambiente, que funciona más como una fórmula que induce o reproduce un estado anímico-mental mediante su sonido o tono general que como una colección de canciones. Eso no significa que no las haya, claro, pero sí que juntas constituyen una unidad de carácter superior que, por momentos, las diluye. «Harvest home» es el comienzo perfecto, a los cuarenta y ocho segundos ya sabemos a qué atenernos. Da igual qué hora sea, con este disco se hace de noche al instante, como mucho podemos tolerar esa primera luz del alba o los últimos rayos del crepúsculo. Tiempo de pasar revista. «Judgement time» habla de sueños, arcángeles, ciudades y estrellas que caen. Suena algo parecido a un órgano y nos vemos arrastrados al centro de una liturgia que desemboca en las bases electrónicas de «Floor of the Ocean» y «The Killing Season». El disco se va oscureciendo hasta llegar a lo que considero su cénit, «Torn red heart», una preciosa oda al desamor, a la deriva y al delirio de un corazón roto: elegancia, arreglos orquestales y, de nuevo, más electrónica nos dejan, por qué ocultarlo más, para el arrastre. Phantom Radio, no obstante, sigue con piezas magníficas hasta su cierre con «Death trip to Tulsa». Una canción que podría haber grabado Tom Waits, la banda sonora perfecta para una road movie dirigida por John Waters y David Lynch con el permiso de Tarantino.
El EP No bells on Sunday puede considerarse una tercera cara de este disco (mismo ambiente, misma propuesta musical, algo más arriesgada incluso). Aquí no encontramos un «Torn red heart», pero «Dry iced» y, sobre todo, la fantástica «Sad lover» justifican la compra de esta edición especial que lo incluye junto a Phantom Radio.
Mark Lanegan representa ahora mismo la madurez de un género, el rock and roll¸ que nació para expresar pasiones urgentes pero que también puede funcionar, como demuestra Phantom Radio, como una plegaria contemporánea para días extraños, como los de aquella película de Kathryn Bigelow, como los de aquel libro de Loriga.
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