A lo mejor, a la vuelta de los siglos, cuando doblemos la esquina de nuestro tiempo, se olvidarán muchas cosas que hoy nos parecen tan importantes. De hecho, olvidaremos cosas que son muy importantes, y lo son porque son el pan nuestro de cada día, la cotidianeidad que masticamos a la hora de comer. Pero esto no les asegura más longevidad que las que tengamos nosotros mismos.
A la posterioridad, por ejemplo, no le dejaremos el recuerdo de la crisis económica. Quedará durante un tiempo, y luego desaparecerá. Así ha pasado siempre, las crisis se olvidan, les falta empaque histórico. Son aburridas, repetitivas y deprimentes. En nuestros libros de texto la única crisis económica que aparece es la crisis del 29 y eso es en parte porque es una crisis contemporánea. La vemos de cerca y por eso nos asusta, pero desaparecerá, igual que esta, igual que todas, igual que nosotros mismos. No tiene nada de malo. Así ha sido siempre.
¿Cuál será el recuerdo que dejará nuestra generación? No lo sabemos. La historia ha demostrado una veleidad quizás mayor incluso que la de los propios humanos que la viven, la cuentan y la repiten con insistencia. La verdad es que ha habido momentos en los que, como especie, nos hemos portado mal. Esa gente de la posterioridad quizás recordará, sin mucho cariño, el banquete vikingo que la llamada «sociedad de consumo» se ha dado en los últimos años a costa de las materias primas del planeta. Pero, con un poco de suerte, la posterioridad también recordará que en nuestro tiempo se consolidaron algunos procesos que, aunque vienen heredados del pasado, y aunque siguen en proceso, han supuesto revoluciones mayores en nuestra era: la igualdad racial, la igualdad sexual y la revolución de las tecnologías de la comunicación.
(h)adas, de Remedios Zafra anuda en un libro estos dos últimos temas. La revolución de las tecnologías ha ganado terreno tan rápidamente que hoy resulta raro recordar cómo esa revolución partió de un terreno excéntrico, soportada y alentada, según un tópico que nadie ha podido rebatir del todo, por individuos poco carismáticos que resultaron a la postres dinamiteros de una sociedad con la que mantenían una relación de suspicacia mutua. Esa revolución ha transformado nuestro mundo, nuestras formas de comunicación y de relación, nuestras forma de aprender, de crear, de consumir, de producir, de comprar, de vender o de perder tardes tontas delante de una pantalla. Las conquistas del feminismo, por su parte, han sido un proceso lento, muy lento, poco dado a acciones espectaculares, hasta la gran explosión de los últimos años.
El hilo que crea (h)adas relaciona adquiere conscientemente la forma de un cordón desflecado. Empieza a partir de la concreción, de un personaje y un momento y termina en algo que es un presente indefinido. La forma es consecuencia de una intención. El libro recorre la relación de la mujer con la informática, pero sin limitar el viaje a un ámbito histórico, económico o técnico, sino más bien a partir de una aproximación que está más cerca de lo sociológico, aunque la adscripción a una disciplina en particular resultaría injusta. Zafra no está detrás de un libro de sociología, sino de una forma ensayística amplia, en la que el discurso deje ver las muescas del cosido, en el que el proceso de construcción se transparente.
Los primeros capítulos son una aproximación —no diría que una biografía— a la figura de Ada Lovelace o Ada Byron. Los últimos son una perspectiva sobre la relación que anuda a la mujer con la sociedad a través de la informática y desde una perspectiva que incluye lo estético, lo político, lo social y lo estético.
Ada Byron, es también conocida como Ada Lovelace. Aunque puede encontrarse de las dos formas esta última es la más común. Ada tiene dos nombres porque, como es sabido, en el mundo anglosajón las mujeres cambian su nombre de solteras al contraer matrimonio. Ada nació en un mundo en el que su condición sexual presionaba hacia la desaparición del individuo. Aun así, su personalidad ha sobrevivido en la historia gracias a su trabajo en un campo que, por entonces, habría parecido a muchos casi una curiosidad. Pocos podían imaginar entonces hasta qué punto aquellas máquinas de calcular que se habían empezado a diseñar pocos años atrás llegarían a cambiar el mundo. Ada Lovelace sí lo imagino.
El matemático Charles Babbage estaba por entonces en pleno proceso de construcción de su máquina analítica. A diferencia de proyectos similares, como la máquina diferencial del propio Baggage o las máquinas calculadoras de Leibniz y Pascal, la máquina analítica no debía funcionar sólo con un tipo de cálculo, sino que aspiraba a convertirse en una máquina programable.
Unos años antes Babbage había invertido una fortuna en el diseño de su máquina diferencial. La fortuna invertida era, en parte, la propia, pero otra buena cantidad provenía de fuentes ajenas que debieron de sentirse bastante decepcionadas cuando, después de varios años, no se llegó a ningún resultado concluyente. Babbage insistía en introducir continuos cambios en el diseño de la máquina lo cual, unido a la deficiente tecnología de la época, acabó llevando el proyecto al fracaso. Aun así, Babbage consiguió financiación para empezar la fabricación de la máquina analítica, un proyecto mucho más ambicioso y aún más caro, que devoró enormes cantidades de dinero sin dejar de ser un mero proyecto.
Mucho años después, el Science Museum de Londres construyó la máquina analítica a partir de los planos de Baggage, utilizando, tecnología de la época y sin grandes dificultades. A la posterioridad le encantan estos alardes.
Ada Lovelace supo del proyecto de Babbage y no sólo fue capaz de entender las dimensiones del trabajo que este quería llevar a cabo, sino que, en muchos casos, fue capaz de verlo con más precisión que el propio Babbage. Ada ideó el sistema de tarjetas perforadas para comunicar órdenes a la máquina y escribió las primeras instrucciones para la máquina, lo que, en la práctica, le concede el honor de haber sido la primera programadora de la historia.
A partir de aquí (h)adas se convierte en una reflexión acerca de cómo la informática se ha infiltrado en los modos de vida de una sociedad que se desliza hacia lo que Yann Moulier-Boutang ha llamado «capitalismo cognitivo». Una reflexión que tiene un segundo eje en la relación particular de las mujeres con esta eclosión que se levanta sobre el fuego que, un día, tuvo a una mujer en su centro.
Estos tres grandes hitos de nuestro tiempo que antes mencionábamos: la supresión de la desigualdad racial, la supresión de la desigualdad sexual y la revolución de las tecnologías de la comunicación son procesos inconclusos. Es muy posible que, en el último caso, todavía estemos al filo de una época verdaderamente cibernética, de un momento en el que la relación con las máquinas pase de ser utilitaria a algo casi simbiótico.
A partir de la constatación de un momento histórico, Zafra analiza las relaciones entre el mundo digital con nuevas formas de creación. La aproximación de los movimientos feministas a los nuevos entornos y su identificación con el nuevo mundo y con las nuevas identidades que se definen en ellos.
(H)adas
- Remedios Zafra
- Editorial Páginas de Espuma
- Premio Málaga de Ensayo
- 288 pp
- ISBN: 978-84-8393-145-5
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